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15.03.2016 Críticas  
Conjugando el verbo amar

Hay muchos prejuicios hacia las obras que tienen la palabra amor en su título, sobre todo desde el bando masculino, pero reconozcámoslo, a todos nos gusta enamorarnos independientemente de los cromosomas que nos vengan dados por nacimiento.

Nos gustan las GRANDES historias de amor que vemos en los cines o leemos en las novelas; aunque las que realmente vivimos son las mundanas, las normales y corrientes, las de chico conoce chica, chico conoce chico o chica conoce chica, sin darnos cuenta de que esas son las historias verdaderas, con las que nos sentimos plenamente identificados. Nadie se muere de amor, el amor debe servir para completar la vida, no para vaciarla de sentido. Un filósofo griego dijo que el amor es lo único que el ser humano es incapaz de comprender; es insondable e inabarcable y las emociones son eso, emociones, por lo tanto indescriptibles e inexplicables pero perfectamente identificables cuando se tienen en frente.

En AMORES MINÚSCULOS, gran adaptación del cómic de Alfonso Casas que parece dibujado para llevarse al teatro o al cine (tiempo al tiempo), descubrimos las vidas de seis jóvenes con diferentes conceptos del amor: Jaime lo busca continuamente; Nacho solo conoce sexo esporádico pero cree que puede encontrar el amor verdadero; Eva es la rara que busca un raro para completar la ecuación en la que se ha convertido su vida; Laura quiere un príncipe azul y lo quiere ya, siempre y cuando no le desmonte su preciada organización horaria; Carlos es el descreído que las tiene a todas locas (o eso cree él) y David quiere volver a emocionarse-enamorarse aunque sea de alguien de su mismo sexo, algo nuevo para él.

Como a tales vemos a los personajes principales (y únicos) ya sea por sus acciones o sus monólogos rompiendo la cuarta pared y se dirigiéndose directamente al público, mientras todo a su alrededor se detiene y la luz se atenúa, en un gran ejemplo de translación del narrador en primera persona de la novela gráfica al personaje de carne y hueso de las tablas.

Estos amores minúsculos pero sentimientos mayúsculos (analogía baratísima, sí) se muestran desde un punto de vista fresco y moderno con unas interpretaciones creíbles y más que interesantes pese a que haya personajes más agradecidos que otros (que se lo digan a Adela Silvestre, en su rol de señorita Rotenmeyer, poseedora de los momentos más descacharrantes) e historias más tiernas que otras.

Jaime (Dodi de Miquel) y Eva (Núria Florensa), el escritor que conoce a la musa, rara a rabiar, y graciosa también, que le hace desaparecer el síndrome de la página en blanco y le roba el corazón porqué aunque no sea un gran partido la va a querer mucho (sic). Menudo salto el dado por Núria Florensa, que ha pasado en tres meses de La Seca al Capitol. Merecido.

Nacho (Joan Sureda) busca entre la multitud del parque donde dibuja a ese chico (David, encarnado por Álbert Montes) que pasa todos los días por delante suyo sin percatarse siquiera de quién es. La pérdida de un cuaderno de bocetos permitirá a uno volcarse en su novela gráfica y al otro darse cuenta que vivía con musgo en los pies de no moverse en una relación aburrida, monótona y estancada y descubrir que el amor de tu vida no tiene porqué caminar por tu misma acera.

La última de las tres puede que no sea la más romántica ni la más trascendente pero es la, infinitamente, más divertida. Laura (Adela Silvestre), doña “organización germana de mi tiempo”, es capaz de romper sus rutinas por un chico, Carlos (Cristian Valencia), que por muy guapo y exitoso que parezca ser, es tonto y creído hasta límites intolerables. Cuando Laura se quita las gafas (literal) cae en la cuenta de la verdad y le da calabazas; hecho que actúa como catalizador en la vida de este Mario Casas de tres al cuarto (sonrisa Profidén y gestos parecidos) dándole fuerzas para luchar por una chica en la que no se habría fijado jamás (“los orcos, a Mordor”, sic).

Y aquí nos encontramos como espectadores, en una divertida y bonita obra que no nos exige más que examinar las vidas de estos jóvenes que tanto se parecen a nosotros y que una vez terminada nos brinda la oportunidad de mirar a quien tenemos a nuestro lado solo con ganas de darle un beso, de los buenos, independientemente de los cromosomas que nos vengan dados por nacimiento.

Crítica realizada por Manel Sánchez

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