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27.10.2015 Críticas  
Rezando al tsunami de la salvación

La compañía La Danesa ha estrenado en el Tantarantana de Barcelona su segunda obra. Como en el caso de “Un disgust danès” (2011), también la firma Jumon Erra, que esta vez nos ofrece su visión sobre la solidaridad, el sacrificio personal y el futuro que nos espera. Un futuro donde el rayo y el trueno pueden anunciar tanto la salvación como la destrucción.

Los personajes que encarnan Elena Fortuny (codirectora por primera vez, con Erra), Jordi Brunet y Eva Cartanyá llegan a una torre de vigilancia como parte de un gran plan para vigilar el bosque e impedir la propagación de un previsto incendio arrasador. Todos tienen secretos, que irán aflorando en secuencias de flashback que se funden con sus circunstancias actuales (lo que obliga a los actores a cambiar de registro emocional a la velocidad del rayo). Y todos tienen sus razones egoistas para sacrificar su tiempo e, hipotéticamente, sus vidas por el bien común.

Hay un cuarto personaje, o mejor dicho, una actriz que encarna a diversos personajes: Nesa Vidarrauzaga no se encuentra en la torre con los voluntarios, sino que se multiplica interpretando a sus familiares y amigas, con los que estos interactuan durante sus flashbacks. Sus interpretaciones ayudan a desarrollar el pasado pero también las circunstancias ocultas de los otros, facilitan que los entendamos mejor, en positivo o en negativo, dibujando a una hermana desagradable, una exmujer comprensiva o una abnegada voluntaria de una torre de observación cercana.

El escenario diseñado por Aina Vergés presenta una construcción de aspecto precario en la que tienen que vivir los protagonistas. Sirve muy bien para transmitir la sensación a la vez claustrofóbica y agorafóbica a la que se enfrentan, y para que desarrollen pequeñas escenas sin diálogos en las que la rutina y el (¿demasiado breve?) paso del tiempo se van haciendo con sus vidas. En varios de los flashbacks, no en todos, sí se echa en falta algo más de escenografía que vista los diferentes lugares. El espectador es perfectamente capaz de utilizar su imaginación para rellenar los huecos, pero la sofisticación de los mecanismos narrativos, cinematográficos por momentos, choca con esa simplicidad, y no siempre de manera positiva para la obra.

El texto de Jumon Erra se enmarca en el género de la ciencia ficción social, como “El tragaluz” de Buero Vallejo o “El vuelo del dragón” de Javier Daulte, con el que tiene puntos de contacto. Nos plantea un futuro preapocalíptico con el que podemos identificarnos y en el que los personajes aún no tienen que sobrevivir a un desastre, sino que todavía pueden hacer algo por evitarlo. ¿O quizás no pueden? ¿Hay tal vez poderes superiores a ellos, organismos que rigen los destinos de la sociedad, a quienes sus intereses particulares no interesan en absoluto? ¿Han llegado allí por accidente o elección, o es que el destino ya les ha alcanzado? ¿Pagan por sus pecados, o por los de otros?

Los pequeños guiños a la cultura contemporánea (desde el Muro de “Juego de Tronos” a los muertos de “The Walking Dead”) están bien disimulados y ayudan a construir fácilmente en la mente del espectador el mundo, diferente pero similar, en el que viven esos personajes. Quizás no acaban de funcionar del todo las situaciones en las que deben hablar con personajes que no se encuentran allí, lo que les fuerza a integrar las réplicas del otro en sus diálogos de manera artificial. El efecto “hilo de pensamiento” a veces deja con ganas de una realización más plena.

La sensación en conjunto es positiva: el montaje se siente a gusto en el Tantarantana, los actores se desdoblan muy intensamente en las circunstancias pasadas y futuras de sus personajes, y respiran con convicción las frases y las situaciones en las que les coloca el texto. Resulta una apuesta interesante para los que quieran hacerse algunas preguntas incómodas y salir del teatro con el corazón encogido y sin demasiadas respuestas fáciles.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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