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04.06.2015 Críticas  
Zapateado épico, circo y kung-fu: vuelven Los Vivancos

Los Vivancos son aquel grupo de siete hermanos bailarines de flamenco fusión, con buen tipo, que estuvieron a punto de ir a Eurovisión en 2009 acompañando a Melody, pero que se retiraron en el último momento. Ahora llegan al Teatro Tívoli de Barcelona en el tramo final de su gira con su segundo espectáculo, AETERNUM, que han representado en más de 30 países.

El arranque del show es, quizás, lo único que tiene alguna relación con el título elegido, con un par de números que, estéticamente, recuerdan la trascendencia, la muerte, la identidad o la dualidad del ser humano. Luego el tema se desdibuja y, curiosamente, AETERNUM comienza a despegar. Son esos primeros números los que peor funcionan de toda la obra: sea por ligeros desajustes en la ejecución, una música pregrabada que dificulta distinguir el sonido de los pasos, ratos en que la danza desaparece para ser sustituida por volatines de manos, un tren superior de los bailarines buscadamente estático, movimientos escénicos forzados para llegar a las marcas o una gestualidad más propia de un mago escénico que de la danza. Incluso hay algunos momentos ridículos en el número inicial, con los monjes bailarines.

Es una lástima, porque esa primera parte también tiene buenas ideas: el hombre-mujer enfrentado a los minotauros/vampiros (fantástico el vestuario diseñado por Rafael Solís) o el que lucha a muerte contra su lado oscuro (¿o es un ángel contra un demonio?). Se trata de una experimentación de agradecer, aunque no siempre salga bien o esté bien conjuntada, pero que otras da buenos frutos. La fusión de zapateado más flamenco y claqué de estilos más modernos, es marca de la casa y muy convincente.

Progresivamente vamos viendo que uno de los puntos fuertes de la propuesta de AETERNUM es la combinación de elementos que, a priori, podrían parecernos tan inmiscibles como el agua y el aceite. Hemos mencionado la extraña pose del mago escénico; triunfan sin embargo en su uso de la épica del kung-fu y de la gestualidad de un gimnasta, un guerrero o incluso de un superhéroe. Sobre todo cuando, en la segunda mitad, el espectáculo se va centrando en una idea clave circense: el más difícil todavía. Es ahí, desde que los hermanos toman sus instrumentos y se enfrentan a “El vuelo del moscardón”, cuando la propuesta alcanza sus cumbres, llegando hasta los bises, momento en que los Vivancos (Aarón, Cristo, Elías, Israel, Josua, Josué y Judah) se dejan ir y se mueven con la naturalidad a la que han renunciado el resto de la obra.

La música, que recuerda a partes iguales a la de Luis Cobos y a la de las bandas sonoras de acción más épicas, ha sido compuesta por los propios hermanos Vivancos, y fue grabada por la Orquesta Sinfónica de Budapest. Los arreglos para una banda de rock y un cuadro flamenco, y la orquestación, corren a cargo de Fernando Velázquez. A ratos resulta recargada y excesiva, pero por lo general cumple con su cometido y acompaña bien las piezas.

El diseño de iluminación, obra también de los propios Vivancos, es igual de espectacular, pero a veces cae en el exceso, lanzando, por ejemplo, luz contra los espectadores durante demasiado rato al inicio del espectáculo. Crea por otra parte un buen entorno dentro del que moverse y se convierte en un elemento más de reto, marcando con precisión los lugares en los que tienen que estar los bailarines a un ritmo endiablado, que prácticamente siempre consiguen mantener.

AETERNUM está a punto de caer en lo kitsch, en la recarga desmesurada sin contenido. Sin embargo, al borde del abismo da un paso adelante el esfuerzo y la técnica inmensa de sus protagonistas, y atrapan al espectador: los retos físicos de velocidad, precisión, fuerza y resistencia a los que se enfrentan, se ganan el aplauso entregado y muy merecido. Hay desafíos a los límites humanos y, gracias al arte, de las leyes físicas: es decir, hay circo. Y en el “más difícil todavía” tienen los Vivancos, hoy por hoy, su mejor baza.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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