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10.11.2023 Críticas  
Doctor Who y el Juguetero Celestial, de William Shakespeare

Entre 1610 y 1611, William Shakespeare finalizó su producción teatral en solitario con La Tempestad, una obra particular y distinta, llena de música y magia, con la que sorprendió a su público. Durante solo cuatro días, recala en el Teatre Nacional de Catalunya en Barcelona la versión valenciana escrita y dirigida por Roberto García, con muchos cambios y mucha esencia.

En La tempestad, el desterrado Duque de Milán, Próspero, planea vengarse de los usurpadores de su poder político utilizando los otros poderes que ha ganado a partir del estudio de las ciencias y las artes (es decir, la magia) y utilizando a su hija Miranda para reforzarlo dinásticamente. En La tempesta de Roberto García, la magia es ciencia avanzadísima (cf. Arthur C. Clarke), la isla a la que son atraídos los traidores, un Chiquipark/Supervivientes virtual, y el propio Próspero, una mujer, Teresa Lozano. Como Nuria Espert en el 83, como Vanessa Redgrave en el 2000, como Helen Mirren en 2010.

O mejor dicho, Próspero puede ser quien quiera porque sabe que es un personaje y que se encuentra en una obra, como lo sabe su asistente digital Ariel (Paula García Sabio), quien ha preparado la isla siguiendo sus instrucciones. Como en el original, tras la tormenta que les hace naufragar, los nobles italianos son divididos en tres grupos diferenciados, aunque aquí se eliminan personajes y se condensan otros, como se hace con las tramas, para reducir la duración de la obra aproximadamente a la mitad.

Álvaro Baguena, Jacobo Julio Roger y Jaime Linares encarnan a los políticos corruptos y traicioneros de los que quiere vengarse Próspero, y tendrán que lidiar con maldiciones, desplazamientos temporales y con sus propias almas oscuras mientras son torturados juguetonamente por sus captores. Nelo Gómez y Marina Alegre son el Ferran y la Miranda de la obra, dos enamorados a primera vista que siguen sin saberlo, también, los planes de Próspero. Y como elemento caóticos tenemos a Estéfano (Manuel Maestro) y Calibán (Jaume Ibáñez), dos trabajadores hartos de servir a sus privilegiados señores, bufones monstruosos que tendrán en sus manos las herramientas para «exterminarlos»…

El juguete escénico que plantea Roberto García vuela entre lo kitsch y lo entrañable, bastante fírmemente anclado en el teatro familiar. Renueva los signos, el vocabulario y la estética para mantener las esencias frescas: hay leds, ruiditos electrónicos, trampolines, toboganes y piscinas de bolas, hay tecnología y reality show, pero ¿acaso no ha habido siempre trucos, artificios, juegos y chantajes? Hay mucha música, viejos temas pop y jingles infantiles, deconstruidos, deshilachados, pero ¿no era ya de origen La Tempestad una de las obras de Shakespeare con más canciones? Pero también hay teatro, y bastante bueno, con las mejores interpretaciones en manos de las tres actrices de la compañía.

De los muchos referentes volcados en la escenografía (Eduardo Moreno), vestuario (Susa Martínez y Esther Estrella) y simbología de la obra, a mí me ha evocado particularmente a la serie Doctor Who, pero no a la versión moderna, sino a la clásica. El sibilino Próspero de Teresa Lozano es como una mezcla de William Hartnell y Colin Baker, hermanada con el Juguetero Celestial, villano cósmico que interpretara Michael Gough en 1966 y ahora en 2023 Neil Patrick Harris; la Isla parece salida de un capítulo de Patrick Troughton; hasta el arma que encuentra Estéfano parece talmente un desintegrador Dalek. Pero también es al revés: siempre ha habido algo de Próspero y Miranda en el Doctor y su nieta Susan, en su magia científica, y no es casualidad que el nombre de la bruja madre de Calibán, Sycorax, sea el de una de las razas alienígenas a las que se ha enfrentado el Doctor.

Hay muchos referentes y muchos espejismos en los que distraerse, como en la vida, pero los mensajes y meta-mensajes de La tempesta siguen siendo básicamente los mismos que originalmente, cambiados porque nosotros hemos cambiado, corregidos porque nuestra sociedad ya no es la misma, reinterpretados porque ese es el poder del teatro. Ahora podemos defender otro papel para la mujer, observar al monstruo con una mirada cálida. Pero seguimos compuestos de la materia de la que están hechos los sueños, y el aplauso sigue teniendo un poder único para liberar incluso al poderoso Próspero de su encierro. Incluso al poderoso Globo de su abrazo. Incluso al poderoso Shakespeare de su teatro.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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