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14.09.2023 Críticas  
Verdades y estrategias, o lo que os parezca

¿Nos marca nuestro pasado, o la memoria de nuestro pasado? ¿Respondemos de nuestros actos o de la fama que arrastramos? En la nueva temporada 2023-24 del Teatre Gaudí de Barcelona, se ha estrenado Tots els dies arriben de Iñaki Garz, una tragicomedia sobre estos y otros temas que transcurre en ese campo de minas que todos conocemos: las comidas familiares.

A veces, ver a la familia es como un dolor de muelas. Sobre todo cuando es forzoso y no compartes prácticamente nada con la gente que vas a ver, más que la sangre o peor aún, la sangre de tu pareja. Es un ritual carnavalesco: lo mismo de siempre, los mismos chistes, las mismas caras, las mismas mentiras arrastradas para tener la fiesta en paz.

Dos hermanos (Albert Alemany y Pep Miràs) se ven solo una vez al año. El primero tiene una vida muy modesta. Se refugia en el recuerdo de algunos momentos de su pasado y se hace preguntas sobre la vida y el arte, pero no llegará a ninguna parte. Su relación con su novia americana (Jenny Beacraft), una actriz amargada sin pelos en la lengua, pasa por un momento bajo. Se pelean por todo. El segundo es un político con la vida resuelta. Mujer (Lali Barenys) e hijos de los que no hay forma de deshacerse. Su vida es tirando a aburrida y su personalidad, calculadora y contenida. Ambos hermanos sobrevivieron a una infancia difícil que no recuerdan de la misma manera. Se ven solo una vez al año, pero la reunión de esta noche será caótica, explosiva y les sepultará en verdades incómodas y afirmaciones terribles.

Iñaki Garz firma una pieza de libro de texto de lo que podríamos llamar el subgénero de los «secretos y mentiras». Tras un inicio entre lo costumbrista y lo cómico, se van sucediendo las acusaciones, barbaridades y revelaciones que se lanzan los personajes, como si tuvieran que gastar toda la munición que llevaban enquistada dentro. Solo a la vista de la curva ascendente que lleva la noche (y empieza fuerte) y lo que les queda aún por sacar de dentro se entiende que los personajes no den por terminada la velada mucho antes. La mayoría de nosotros probablemente no aguantaría tanto escarnio. La traducción al catalán de Jordi Boixadós cumple perfectamente la labor de hacer que los personajes hablen como cualquiera de nosotros, con un lenguaje de calle que situa, sin embargo, a cada uno en el estatus social, emocional e intelectual que le compete.

La diferencia de esta obra con otras similares es la importancia que juega dentro de todo lo que se vomita la imagen personal. Puede que alguien diga la verdad y alguien mienta, pero también puede que se mienta sobre alguien que no tiene credibilidad, como puede que mienta alguien que no sabe si miente. Porque la munición emocional que se dispara puede insensibilizar tras unas cuantas ráfagas, pero a los personajes (que escuchan escénicamente de maravilla, particularmente Pep Miràs) ciertas cosas les hacen más daño que otras. La dirección del propio autor resulta integral para que los mecanismos internos de la función mantengan su tictac inexorable. Como espectadores vamos a pasar de odiar a querer (y viceversa) a algunos de estos capullos y pobres diablos, a comprenderles o a alinearnos con un bando u otro, pero no necesariamente vamos a tener la certeza, como no la tienen ellos, de lo que sucedió en sus vidas.

La disposición de una mesa y el juego de luces de Jaume Feixas divide la pieza en dos escenas iniciales en cada casa, una larga escena con la cena entre las dos parejas, y unos apartes en el balcón del domicilio, todo en el espacio único y limitado de la sala pequeña del Teatro Gaudí.

Tots els dies arriben no es una obra tremendamente original, hemos visto este tipo de propuestas escénicas con peleas y secretos familiares otras veces. Se puede casi hacer al inicio un bingo de la clase de temas que se van a «revelar» y no sería difícil lograr por lo menos línea. Pero la capa extra de reflexión sobre la fama granjeada por nuestras vidas resulta interesante y que unos personajes inicialmente entre lo insulso y lo desagradable acaben apoderándose de nuestro interés y nuestro cariño resulta encomiable. Porque incluso si no podemos estar seguros al final de quién merece nuestro odio, lo que está claro es que todos ellos, de una forma u otra, son víctimas que han pagado amargos precios en sus vidas.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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