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06.02.2023 Críticas  
Cara a cara

El Teatro Quique San Francisco de Madrid presenta Dani y Roberta, un espectáculo de John Patrick Shanley dirigido por Cristina Rojas. Dos personajes maltrechos intentan salir a flote desde la soledad más profunda, la de un corazón desconectado de cualquier vínculo emocional.

Existen montajes que, año tras año, siguen capturando a los espectadores y espectadoras y que no importa las veces que los veas porque siempre te hacen revivir y conectar contigo mismo. Los personajes protagonistas de esta obra son víctimas de la sociedad aunque, si lo pensamos con detenimiento, la victimización es algo extremadamente individual. En realidad, se trata de experiencias de sufrimiento que las personas ajenas, que no las experimentan de primera mano, no pueden llegar a comprender ni compartir y que, en cualquier caso, son difíciles de expresar en palabras pero en Dani y Roberta, frente al un lenguaje pulcro y cuidado de otras obras de teatro, aparece el lenguaje directo y sin eufemismos que permite adentrase de lleno en el espectáculo y en las emociones que tienen lugar sobre las tablas de este teatro madrileño.

Las actuaciones de esta obra son un verdadero acierto. Juan Dávila y Victoria Camps están a un nivel formidable, el talento de ambos y su trabajo da sustento a esta propuesta incluso en los momentos donde el ritmo no logra conservarse. Ellos mantienen las escenas, el conflicto y las necesidades de la acción dramática. Dávila demuestra un trabajo bastante sólido y bien sostenido, realza a su personaje dontándolo de profundidad y valorando cada palabra que pronuncia, sin caer en la mera repetición de un texto aprendido de memoria. Por otro lado, Camps también realiza una actuación brillante, centrando su trabajo en torno al uso del lenguaje y del cuerpo de manera que la construcción de su personaje se hace coherente. Ambos someten al público a un continuo vaivén de emociones que nos hacen caminar junto a los personajes en sus mejores y peores experiencias vitales y esto, en gran medida, se debe a la química creada entre los dos. Sí, una espléndida química sobre el escenario. Gracias a la verdad que aflora en las actuaciones, Dani y Roberta deja una sensación cercana y accesible.

En cuanto a la escenografía, Federica Ghio opta por la sencillez y las atmósferas desnudas para realzar y poner en valor la fuerza de los sentimientos sobre los que se estructura la obra. Por eso, aunque la escenografía se mantenga (prácticamente) estática no se percibe que se ralentice el espectáculo; incluso, gracias a la decisión de no sobrecargarla, evita que el público se distraiga de lo realmente importante o que se acabe saturando. Por otra parte, la iluminación a cargo de Taxa Guijarro juega también un papel fundamental desde el primer momento, y alguna de las escenas con más carga dramática de la obra se logra, precisamente, gracias al juego de luces.

Un montaje con la sencillez necesaria para que destaque su profundidad, sin estridencias pero con bastante contenido sobre el que reflexionar al salir del teatro.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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