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26.09.2022 Críticas  
Desgraciados con gracia

Un influencer en horas críticas, su representante y un hombre sin nada que perder son el trío protagonista de Desgraciados en los Teatros Luchana de Madrid. Una comedia mordaz sobre el éxito en el mundo de las redes sociales y cómo este afecta a sus creadores de contenido.

Jota (Eloi Yebra), es un YouTuber obsesionado por la reacción social en sus redes. Se encuentra en la cima del éxito pero un inesperado y repentino revés pondrá su fama en un filo muy inestable. Su incansable representante artístico, Mamen (Ainhoa Tato), una mujer capaz de vender su dignidad por un cheque, hará lo posible para asegurar su bienestar económico aunque para ello tenga que manipular a Gustavo (Mario Alberto Díez), antiguo compañero escolar superviviente de bulling, sin amigos y desesperado que sin embargo tiene un genuino sentido del humor que podría salvar al YouTuber. Este será el punto a partir del cual estos tres Desgraciados, cada uno por diferentes razones, desvelarán desde el humor sus respectivas miserias y aspiraciones.

Desgraciados es una función sencilla, bien construida y soportada por tres actores que exploran una vis cómica muy natural que trasciende al propio texto. Los gags están hilados con gran agilidad haciendo que la obra mantenga un ritmo ágil en el que no existen tiempos muertos. Dolores Garayalde ha sabido complementar desde la dirección el texto de Tirso Calero con la extraordinaria versatilidad cómica de Yebra, Tato y Díez; manteniendo un pulso rápido, incluso en las transiciones entre escena y escena. La comunicación y coordinación entre estos tres actores funciona con notable precisión y explotan la hilaridad del texto más allá de lo que formalmente podría esperarse. Necesariamente hay que destacar a Mario Alberto Díez que, ya en su primera intervención, arrancó un aplauso espontáneo del público. La capacidad cómica de Díez es insuperable. Es cierto que su personaje, Gustavo, es el más generoso. Tiene muchas más capas de las que exhibe y es el destinatario de los textos más ácidos. Sin embargo, Díez sabe explotar incluso los silencios en los que su naturalidad seduce singularmente. Con un desequilibrio de cadera, un gesto de su mano o apenas un rápido giro de ojos arranca verdaderas carcajadas robando en cada una de sus intervenciones la atención total del patio de butacas. Su capacidad para manejar los tiempos y las pausas, el increíble conocimiento que tiene de su propia gestualidad y su habilidad para explotar las posibilidades del texto con extravagancia, lo convierten en uno de los principales atractivos de la función.

No obstante, Desgraciados es modesta solo en apariencia. Tras su comicidad formal se esconde una crítica a una sociedad obsesionada por el éxito fácil, la popularidad efímera, la estética y el reconocimiento social. Algo que su autor, Tirso Calero, ha sabido incluir en píldoras dosificadas con muy poco sutil sarcasmo. ¿En qué consiste la fama en los tiempos de Youtube, Tiktok o Instagram? ¿Dónde están los límites del respeto a uno mismo cuando el dinero está en juego? ¿Dónde radica la gracia? ¿Qué hace a uno gracioso y a otro un «des-graciado», o lo que es lo mismo, un ser sin gracia? Las preguntas surgen de un modo u otro, sin embargo, Calero, pese a este fondo crítico, no alberga ninguna una aspiración moralizante. Tampoco responde a las cuestiones que plantea, ni lo pretende. El humor es, ante todo, la premisa y objetivo. Las respuestas y el juicio posterior quedan a cargo exclusivamente del público que deberá alcanzar sus propias conclusiones.

Desgraciados es en definitiva una obra ligera y divertida que construyen con notable talento cómico tres actores nada «des-graciados» y que plantea desde el humor, y con mucho humor, una crítica social de poderosa actualidad.

Crítica realizada por Diana Rivera

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