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19.09.2022 Críticas  
Rodoreda en el corazón de las tinieblas

Tras una treintena de funciones por Cataluña, llega a la sala Àtic del Teatre Tantarantana de Barcelona la primera adaptación teatral del último clásico de Mercè Rodoreda: Quanta, quanta guerra…. La guerra civil y la lucha por la libertad se combinan en manos de la compañía Farrés Brothers… pero no de la manera habitual.

La propuesta de Farrés Brothers nace del activo triángulo entre Pep Farrés (director y adaptador), Biel Rossell (adaptador y protagonista) y Biel Serena (compositor y co-intérprete). En sus manos, la novela de Rodoreda es reducida a su esencia, conservando los momentos más importantes, eliminando la mayoría de los encuentros de su antihéroe, y convirtiéndolo en una experiencia personal casi obsesiva.

Comparada con títulos como Por quién doblan las campanas de Hemingway, Quanta, quanta guerra… es una novela que sucede durante la guerra, en el territorio de la guerra, pero que como el protagonista, esquiva la guerra tanto como puede (Rodoreda no creía en los héroes)… aunque no sus efectos. Su protagonista, Adrià Guinart (Rossell) llega a ella muy joven, huído de casa con ansias de libertad, pero esa libertad lo lleva enseguida a huir del conflicto y a vagar por su devastada tierra sin ley.

Rodoreda quería conseguir un efecto similar al Manuscrito encontrado en Zaragoza, particularmente la versión cinematográfica de 1965. Farrés y Rossell, a partir del texto elegido, consiguen trasladar bien el lenguaje rodoreriano sin necesitar de sus descripciones exhaustivas, y presentan con elegancia ese camino entre poético y alucinado de la inocencia a la maravilla, al horror… y vuelta. Ese Cándido de Voltaire embarcado en el viaje al Corazón de las Tinieblas de Conrad. Un Mecanoscrito del Segundo Origen sin alienígenas y sin esperanza.

La interpretación y gestualidad de Biel Rossell, y su desdoblamiento en algunos de los personajes con los que se encuentra, van creciendo en intensidad en la escasa hora que dura la pieza. Y a eso ayudan, y mucho, los ambientes sonoros a caballo entre el techno electrónico y el jazz que crea y recrea en directo Biel Serena. Un trabajo que recuerda el de Delia Derbyshire en los años 60 con la BBC Radiophonic Workshop y Unit Delta Plus o el de su compatriota Dudley Simpson, y que sirve con su modernidad para desligar la guerra de un entorno histórico concreto: esto sucede en una guerra que es como cualquier guerra, un despliegue de dolor, de muerte y de sangre, y en la que la gente que no lucha sobrevive como puede, ayudando o sacrificando a otros.

En escena podríamos decir que hay otra protagonista, una mesa de madera muy particular, hija inconfesa de la navaja multiusos que Adrià le regala a su querida Eva, que se transforma en todo lo que la situación requiera. ¿El poder de la imaginación en acción, un recordatorio sutil de que todo lo que ocurre en la obra podría ser un juego infantil, una ensoñación del propio protagonista? A fin de cuentas, una de las escenas más potentes (la de las sombras, que sucede a través de la mesa) tiene que ver con la resistencia de Adrià a volver a la aburrida vida normal, tan paroxística como luego la maldad de la vieja del bosque.

Sería atrevido afirmarlo. Menos osado es notar la influencia escénica que tienen los cuatro elementos clásicos: sobre todo el agua y la tierra, pero también el fuego y el aire, que van dejando impronta en el personaje, alejándolo del blanco puro inicial. Para cuando Adrià se encuentra con la mujer en el campo de esqueletos (magnífico trabajo de títeres, sutil y bello), ya es él quien ve la dura realidad como es. Aunque no quiera, Adrià ha cambiado.

Lo que crea la compañía en escena es próximo, sórdido y hermoso, es poético y real, un canto a la libertad y un llanto por el dolor que tanta, tanta guerra ha causado a esta y a todas las tierras. Y un adios a la inocencia.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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