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07.09.2022 Críticas  
Un bosque interior en llamas

La Sala Teatro Cuarta Pared de Madrid abre temporada con la ganadora a mejor autoría teatral de los últimos Premios Max, María Velasco, por Talaré a los hombres de la faz de la tierra, una sugestiva muñeca rusa invertida autoficcionada.

El texto y dirección es de María Velasco, coreografía de Joaquín Abella, escenografía de Marcos Carazo, diseño de luces de Diego Domínguez, diseño de sonido de Peter Memmer, artes visuales de Elena Juárez e interpretación de Laia Manzanares, Joaquín Abella, Miguel Ángel Altet, Fran Arráez (La Toñi) y Beatrice Bergamín.

Una niña, un árbol, un padre, el fantasma de un tío y una ex-suegra; y una madre. Federico Jiménez Losantos, un baobab, un chandal de táctel, y el 8M. El polvo que somos y el polvo en el que nos convertiremos si elegimos que nos hagan arder como los bosques australianos en 2020. Koalas carbonizados en un último abrazo a un árbol, y melenas adolescentes que se fusionan con la corteza por su savia; poluciones arbóreas, poluciones en pechos de mujer, y constelaciones seminales en el cielo. Pecar. Comulgar con ruedas de molino. Buscar el perdón. Perdonarse.

Dónde empieza la niña y acaba María Velasco, o cómo acaba esa niña que es la propia autora es lo que gravita en torno a Talaré a los hombres sobre la faz de la tierra, con una fuerza en las palabras que arrasa la platea y noquea al que se interna en ese desastre natural apocalíptico del tramo final, si se logra eludir la defensa del doctorado que actúa como un bloque de hormigón en los pies, un interludio cruel con el espectador del que no todos saldrán victoriosos, dando bocanadas a ese diálogo mudo entre la niña y el árbol.

Talaré a los hombres sobre la faz de la tierra continúa una deriva hacia lo abstracto y lo conceptual que comienza a dividir al público pero quizás aún no a esa crítica interpelada, quien no considero que cuestione a la autora, pero si sus formas, cada vez más liddlelianas y echando un pulso a la audiencia con decisiones artísticas nada amables. Velasco perfecciona lo radical y lo punk que me espantó en La espuma de los días, y que aquí aplaudo y disfruto.

La plástica de la propuesta, con el tandem perfecto de luces y escenografía de Domínguez y Carazo crean imágenes potentísimas, siempre entre Joaquín Abella y Laia Manzanares. Fran Arráez y su Toñi se lucen, y eché en falta un karaoke con la canción de Julio Iglesias. Beatrice Bergamín está perfecta como madre y sus anotaciones. Miguel Ángel Altet, not my cup of tea, una vez más.

Entiendo la división de opinión sobre Talaré a los hombres de la faz de la tierra, comprendo las razones para que sea hasta visceral lo que puede echar a quienes odian la propuesta, pero creo que estamos asistiendo a la consagración de la voz de María Velasco y al giro (violento) de una vivir la experiencia dramatúrgica en los márgenes, en una periferia post-industrial de la España vaciada, como la Facendera de Óscar García Sierra o lo rural distópico en Napalm al cor de Pol Guasch. Talaré a los hombres de la faz de la tierra es un grito mudo en medio de un mundo destruido en el que deberemos resignarnos a vivir hasta que todo el sistema colapse.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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