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13.06.2022 Críticas  
Teatro y política: ¿teatro político?

Pablo Rosal, laureado por escribir y dirigir Los que hablan, vuelve al Teatro del Barrio de Madrid con Castroponce. Teoría y praxis para una vanguardia del siglo XXI, monólogo con 6 personajes en el que se presenta como hombre orquesta, profesional multidisciplinar y creador renacentista.

El Teatro del Barrio se define como una sala preocupada por las cuestiones políticas y sociales, como un colectivo interesado en hacer que la dramaturgia, tanto en su versión escrita como especialmente escenificada, sea un medio con el que agitar nuestras conciencias, provocar debates necesarios y proponer respuestas que nos ayuden a progresar a todos juntos. Por este motivo le propuso meses atrás a Pablo Rosal que se pusiera manos a la obra frente al folio en blanco para que desarrollara una historia que acabara siendo representada con estos mismos fines. El resultado es Castroponce. Teoría y praxis para una vanguardia del siglo XXI.

El resultado que ahora conocemos es un texto ácido, agudo y esperpéntico, con aires de Valle-Inclán en el que nos traslada hasta el interior castellano para debatir sobre las relaciones entre política, teatro y población, lo que también le lleva a tocar asuntos como la identidad, los lazos que nos unen y las aspiraciones vitales. Personas y profesionales de la gestión pública y de la actividad privada, individuos particulares y seres con personalidades peculiares y únicas acaban siendo juntadas por el azar y la voluntad de una de los suyos para proponer su visión sobre cuán político puede y debe ser el teatro.

Así es como surgen ideas, propuestas, coincidencias y divergencias sobre un tema acerca del cual no todos tienen conocimiento o experiencia, pero eso no quita para que dispongan de voz y opinión con la que divagar sobre sí mismos, complementarse con sus vecinos o contraponerse al resto de ponentes en cualesquiera que sean sus divagaciones y afirmaciones. Y todo ello encarnado por Pablo Rosal. Por él mismo y nadie más. Seis personajes ligados a su autor, parafraseando a Pirandello. Un colectivo alocado, un camarote con un punto absurdo, pero también un grupo costumbrista muy bien caricaturizado que se expresa con autenticidad y un sentido del humor muy fino.

Sobre el texto, Castroponce resulta ambicioso y bien articulado, profuso cuando corresponde para reírse de la retórica política; ligero cuando toca ser popular, llano y elocuente; divertido e irónico siempre. Su reto está en como plasmar sobre las tablas ese retrato que aúna la humanidad de lo rural con las pretensiones, el papel y el sentido de la política, incluso sobre cuán teatral es la política. Pablo ha optado por convertirse él en la Teoría y praxis para una vanguardia del siglo XXI. Aventura de la que sale superviviente por su buen hacer interpretativo y su saber conjugar los mimbres emocionales de cada uno de los tipos que ha concebido.

Sin embargo, la dramaturgia que ha concebido es muy amplia y requiere de una conjugación de ritmos, tonos y registros que un hombre solo parece difícil que le dé. Podría ser que con el rodaje de futuras representaciones Rosal lo consiga, pero veo más factible lograrlo -y enriquecerlo, incluso- con un buen casting que le permita ahondar en esa visualización de sinceridades e imperceptibilidades que pretende. Mientras tanto, que siga la crítica política que ejerce el teatro político.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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