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06.04.2022 Críticas  
Pasión, talento, poesía. Alberto y Federico

Alberto San Juan homenajea en el Teatro Bellas Artes de Madrid a Federico García Lorca, reproduciendo con inteligencia y gran elegancia escénica el encuentro que Lorca mantuvo con su público en la Residencia de señoritas donde presentó en 1930 su libro Poeta en Nueva York, escrito tras su estancia entre la ciudad estadounidense y La Habana.

Un escenario desnudo. Apenas una caja iluminada de intenso rojo. Alberto San Juan hace aparición vestido sobriamente de negro, camisa blanca. Su voz, rica en matices, arranca clara y nos sumerge sin gran prólogo en la poesía de Lorca. Alberto solo, voz y gestualidad justa sin otro acompañamiento que un cuarteto de potente jazz que dibuja, recrea y materializa los escenarios sonoros que el poemario evoca.

Lorca presentó su Poeta en Nueva York tras haber pasado ocho meses en esa ciudad. Durante ese tiempo el poeta presenció el crack del 29 en Wall Street “llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y, con él, llega la muerte”. Se dejó fascinar por la pasión vibrante de Harlem, “el dolor de los negros de ser negros en un mundo contrario” y por las multitudes que vomitaba la ciudad. Huyó del sofocante calor del verano en la ciudad para encontrar en el campo la tierna amistad infantil y la muerte prematura siempre injustificada y terminó finalmente su aventura en La Habana “con sus ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz”.

Su periplo fue intenso y estuvo invadido de episodios terribles y singulares que este “español típico, a Dios gracias” tradujo en un lenguaje surrealista con inmensa capacidad evocadora. Las metáforas de Poeta en Nueva York son fantásticas, irracionales, poderosamente visuales. Exigen atención y una aproximación no racional con ese lenguaje poblado de asociaciones imposibles. No parece un texto apto para el teatro, pero Alberto San Juan lo hace suyo de una manera orgánica. Su capacidad para entender, procesar y devolvernos las palabras del poeta son fascinantes. Las inflexiones de su voz bailan sobre el texto. Nos escupen y acarician. Nos remueven, nos agitan y nos conmueven hasta la médula. Una no sabe bien, si Alberto conmueve o conmueve Federico. Si la fuerza afilada que hiere a ratos y a ratos apasiona, es de la interpretación o de la palabra. Pero lo cierto es que la comunión entre el actor y el poeta en este recital teatralizado o conferencia recitada, es desgarrada y palpitante.

Alberto San Juan podría haber levantado en solitario esta pieza, pero demuestra gran capacidad en la dirección cuando se hace acompañar por la banda propiciando que la música, se convierta paradójicamente en un silencioso protagonista. El cuarteto, compuesta por Miguel Malla, al saxo y clarinete, Pablo Navarro al contrabajo, Gabriel Marijuan a la batería y Claudio de Casas a la guitarra, construyen el escenario sonoro que interviene como elemento final, sin competir con el texto y dotando a la palabra de dimensión física. La banda es Harlem y la Habana y el horror de la niña ahogada. La banda es la catarsis y la ambientación. San Juan, les deja su espacio y lo nutre. Con excelente manejo del tiempo entra y sale en escena o se arranca en un recitado cantado alimentando la intensidad de la narración musical. En definitiva, la interpretación de este brillante cuarteto se ajusta como un complemento perfecto para esta experiencia en la que Lorca es centro, eje, origen y razón.

La atemporalidad de esta pieza y su vigencia, noventa años después, es tan aterradora que Alberto San Juan se ve forzado a advertir, durante los aplausos, que el texto no tiene la mínima adaptación. Lo que se dice es el contenido fiel y literal de la ponencia del poeta, lo que pone de manifiesto la afilada sensibilidad de Lorca y su permanente modernidad.

Lorca en Nueva York es un viaje poético y sonoro. Un concierto, una conferencia, un recital, pero sobre todo un homenaje emocionado e inteligente a la pieza más surrealista y compleja del poeta granadino. Lo que Alberto San Juan hace en escena es un acto de amor y respeto, que se debe disfrutar con los sentidos expuestos y el corazón desprotegido.

Crítica realizada por Diana Rivera

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