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25.01.2022 Críticas  
Yo era ateo

La casa de Madrid de Angélica Liddell, Teatros del Canal, recibe Una costilla sobre la mesa: Padre, con texto dirección, escenografía y vestuario de Angélica Liddell, iluminación de Sindo Puche y Nicolas Chevallier, sonido y video de Antonio Navarro, e interpretación de Oliver Laxe, Laura Jabois, Amor Prior, Blanca Martínez, Raquel Fernández y Elzbieta Koslacz.

Una costilla sobre la mesa: Padre. Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel (o el problema de la semejanza). Este es el título completo de la TED Performance de la Liddell en esta ocasión habla mucho menos de lo que yo recordaba en la única ocasión que tuve para aborrecer su trabajo y declararme hater oficial de una actriz enfadada, gritona, excesiva y preadolescente provocadora: caca-culo-pedo-pis y algo de sexo. Aquello también ocurrió en la sala Roja de los Teatros del Canal y era “Todo el cielo sobre la tierra (El síndrome de Wendy)”, era 2013, y han tenido que pasar 9 años para que ponga el pie en una sala en la que la Reverenda Liddell venga a celebrar su liturgia.

En el prefacio de El fracaso de lo bello (2021), Pablo Caldera plantea el problema estético: “[…] ¿Cómo colocarse adecuadamente para la contemplación?, ¿qué posición tomar? […] Nos enseñan a mirar de frente: siempre estamos frente a algo, afrontados o enfrentados a algo.” Yo he estado 9 años enfrentado a una señora que no conozco de nada, por la que me sentí recriminado, culpabilizado, vapuleado y violentado. No entendí su forma de transmitirme la pérdida de la inocencia a través de bailarines asiáticos, orina, arcadas, masturbaciones sobre montículos terrosos e imprecaciones a su madre. 9 años después y sentado ante este ordenador me planteo si Angélica Liddell no vino en 2013 a pegarme un bofetón escénico que a mi 29 años no estaba preparado a recibir. Am I a woke?

Este montaje tiene una ejecución escenográfica tan perfecta que la simple contemplación ya es un motivo para no abandonar la sala aunque una se sienta incómoda con la cotidianidad geriátrica (salen espectadores de la sala) o necesidades fisiológicas son realizadas sobre el escenario (salen más espectadores de la sala). Una costilla sobre la mesa: Padre, es un cuadro. O al menos una sucesión de ellos. Cuadros rituales. Cuadros religiosos. Liddell utiliza las proporciones de Venus paleolíticas de sus actrices para reproducir un Via Crucis del profeta esclavo Oliver Laxe. En todo el primer acto la sala Roja se convierte en el Hipogeo de Hal Saflieni, en un santuario en cuya sala principal se alojan las estatuillas de las durmientes, Marías a la intemperie violentadas por el Padre al que acogerán en sus brazos y guiarán en su ascenso al Infierno blanco y burgués de una casa en la que pasará a servir como esclavo.

Las imágenes del segundo acto de Una costilla sobre la mesa: Padre son una pesadilla propia del terror geriátrico, una revisión filial al Amour de Haneke donde la protagonista se encuentra en batalla constante con la piedad y el odio hacia una figura opresora sobre la que siente no poder infligir el trato justo por no ser ya ese sujeto del pasado sino ese niño ajado y gagá con alucinaciones. Esa demencia compartida entre la hija y el padre, provocada por la privación del sueño, así como el visionado de películas que Padre olvida son los únicos espacios que la creadora permite al espectador que empatice, todo cuanto le conceda de placentero y feliz será una merced de su parte, y por consiguiente deberá recibirlo con gratitud.

Yo era ateo, y ahora sigo sin creer en la religión de la Liddell, pero al menos siento que he superado una animadversión inmadura y pobremente fundada, ya que sobre sus palabras e inspirados en su credo alabo el trabajo de creadoras cuyas misas y liturgias de la palabra me nutren de fe. Esta semana mientras veía la película horrenda de Vincent Gallo, The Brown Bunny, me dediqué a amenizar el visionado procastinando y me crucé con un ensayo de Gallo confrontando las críticas hacia su trabajo y automáticamente me vino a la cabeza Angélica Liddell y mi percepción sobre ella. Siendo clave para mi el lograr empatizar en algún punto con el proceso de la creación o del montaje mismo para disfrutar la experiencia teatral, sigo enfrentado a considerar narcisista a Angélica, y sigo dando vueltas a su posible defensa al respecto en las palabras de Vincent Gallo:

[…] Los críticos usan el término narcisismo tan vagamente que conserva poco de su contenido psicológico. Confunden causa y efecto. Cuando usan la palabra narcisismo como crítica, huelen a ideología. En el sentido más amplio de la palabra, también pueden significar su propia percepción motivada de egoísmo o autocomplacencia.

[…] Un narcisista se admira y se identifica a sí mismo como un ganador por miedo a ser etiquetado como un perdedor.

[…] Estaba pensando en la película que quería hacer, no en las percepciones de otras personas sobre por qué la haría.

Parafraseando La Venus de las pieles de Sacher-Masoch, si en algún momento no pudieras soportar más la dominación de la Liddell y sus cadenas se me hiciesen demasiado pesadas, no tendré que darme muerte pero quizás dejar otros 9 años pasar antes de asistir a su libertad creadora.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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