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06.05.2021 Críticas  
Sorteando las múltiples capas del miedo

La Sala Versus Glòries de Barcelona estrena La grieta. A partir del universo creado en 2013 por la web-serie homónima, la dramaturgia de Gracia Morales y Alberto Salvatierra visibiliza las realidades ocultas tras actitudes no por cotidianas menos cuestionables. La aproximación de la Cia La Simone aporta una mirada cómplice, dirigida con reciprocidad y escucha por Concha Milla.

Entre animales salvajes. Esta breve descripción que acompaña al título de la pieza es muy significativa. La premisa argumental es clara y reconocible. De un modo interesante y sugestivo se sortean los giros de una trama lineal para proponer opciones que no hacen más que mostrar un back to basics hacia lo más primario e instintivo en cuanto a relacionarnos con el paisaje agreste (interior y exterior) y con(tra) las personas que nos rodean. Un asalvajamiento general también de los vínculos que, a medida que avanzamos a través de nuestra propia oscuridad, se torna en algo más perverso y progresivamente todavía más turbio. Milla ha sabido captar la propiedad connotativa de la pieza y tomar las riendas en cuanto a tono y ritmo para optimizar el artefacto de relojería, entre inflamable y explosivo, que se trae entre manos.

(Auto)engaño, manipulación, convicciones morales… Miedo. La labor de dirección traslada toda la idiosincrasia de la pieza a las interpretaciones. Con intuición y acierto veremos en las actitudes protagónicas la violencia silenciosa y progresiva y el salvajismo (metafórico y no) de esa grieta psicológica. Tanto Cristina Serrano como Rafa Delacroix y Javier López desarrollan personalidades individuales para cada personaje y las hacen convivir con adecuación a las constantes mutaciones y cambios de rol. En un principio puede sorprender la seriedad y corrección expositiva en los parlamentos pero, progresivamente, la constante huida de cualquier camino marcado a nivel individual los empuja (curiosamente) a una constante y triple encrucijada o cruce de caminos. Algo que los/nos lleva a intercambiar actitudes y complicidades y hacia donde les seguiremos con interés persuasivo y constante. De la simpatía a la crueldad, «normalizarán» en su registro lo que en un orden expositivo sistemático se consideraría «anormal», expresando y transmitiendo también desde la implicación corporal.

El resto de disciplinas técnico-artísticas que intervienen en la propuesta deben, en esta función especialmente, estar en constante acuerdo y planificación con las interpretaciones. De este modo, la integración del movimiento (asesorado por Georgina Latre) resulta directamente hermanado con el diseño de luces de Quim Algora. Una sincronía de este último factor que se multidimensiona también con respecto a la escenografía de Noemí Costa. Propiciando un espacio entre semi-vacío y diáfano, se adecúan las posibilidades de entradas y salidas, así como la disposición de la sala, a los constantes giros de la dramaturgia. El espacio queda muy bien vestido y realmente somos capaces de imaginar qué ven los ojos de los protagonistas cuando miran hacia ese «supuesto» exterior, algo de lo que participa el cuidado espacio sonoro de Albert Martí. En conjunto, el juego inductivo llevado hasta el extremo con acierto y logrando (re)crear un ambiente de anticipación/expectación entre estimulante y exhortativo.

Finalmente, La Grieta trabaja especialmente bien las situaciones y sus resonancias a partir de la omisión explícita de las primeras y la evidenciación de las segundas. Una puesta en escena acorde a los requerimientos internos de la propuesta y una dirección detallista para las interpretaciones y que aporta concreción (con respecto al tono y ritmo necesarios) son los factores principales que llevan la función a buen puerto. Una inmersión en un código genérico-dramático no demasiado explotado sobre las tablas y que encuentra en este espacio a un equipo entregado, participante y facilitador al mismo tiempo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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