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12.02.2021 Críticas  
Aprender a golpes

Dentro del ciclo Teatro y Derechos Humanos, el Teatro Fernán Gómez de Madrid ha programado por muy pocos días Puños de harina, un texto de Jesús Torres que es todo un despliegue de energía, rabia y víscera. Un relato duro, real y totalmente recomendable.

Debo reconocer que a priori una historia enmarcada en el mundo del boxeo me parecía ajena y lejana. Por otra parte el relato de un gitano homosexual me hacía pensar en terrenos ya trillados. Pronto desterré mis prejuicios, pues lo que se presenta en el Fernán Gómez es teatro necesario, honesto e imprescindible.

Intuyo que Jesús Torres se ha inspirado en la historia real de Johann Wilhelm Rukeli, un boxeador de etnia gitana que tuvo la desgracia de serlo en los albores del nazismo. Su condición le impidió ser el campeón de Hannover y terminó en un campo de concentración. Sesenta años después le fue concedido el título a modo póstumo. La historia de Rukeli es poderosa, de esas que merecen ser contadas. Es de esas historias que asombran, que dejan perplejo. No son tan lejanas. Rukeli era alemán, pero era de tez oscura, gitano. Eso ya le condenó.

En Puños de harina, la historia de Rukeli se entrelaza con la de Saúl, un niño gitano nacido en los setenta u ochenta. Un niño al fin y al cabo, en España, de familia feriante. Un niño que tiene que ser un hombre. Porque ser un hombre es ser violento, maltratador. Saúl es un hombre, pero es un hombre distinto. Descubrirá que es maricón aun antes de saber el significado de la palabra. Los golpes de su padre serán sus cicatrices permanentes.

El montaje bascula entre las dos historias. A modo de combate de boxeo, se van sucediendo “rounds”. Diez en total, diez por cada historia. Jesús Torres, autor, director y único interprete defiende con maestría y entrega los dos personajes. El montaje es una noria de emociones imparable y agotadora. Admirable el derroche físico de Jesús. Admirable el preciso y precioso cambio de registro. Una lección.

El montaje tiene esa altura de las cosas hechas con cariño. Se ha rodeado Jesús, de manera inteligente, de un equipo solvente y que sabe mucho de lo que es el teatro. La iluminación de Jesús Díaz Cortés, el movimiento escénico de Merçè Grané, la preciosa música de Alberto Granados Reguilón (a quien hay que seguirle la pista de muy cerca) y por encima de todo, la preciosa videoecena de Elvira Zurita. Todo encaja y suma. Mario Pinilla ha diseñado una escenografía impecable. Lo dicho, todo suma para que el despliegue interpretativo que derrocha Jesús brille.

Puños de harina está solo cuatro días en el Fernán Gómez, solo espero que algún programador la pueda ver y le haga un hueco allá donde pueda. Es una historia conmovedora, inteligente, dura y necesaria. Totalmente recomendable.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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