Hace unos días se estrenó Esperando a Godot en el Teatro Bellas Artes de Madrid, un clásico del teatro del absurdo que vuelve a las tablas de la mano de Antonio Simón dirigiendo a un elenco de lujo.
Esperando a Godot es una de las obras más importantes del siglo pasado, escrita por Samuel Beckett en 1940 y estrenada en 1952, que se ha representado en todo el mundo en multitud de versiones y que sigue vigente hoy en día. El hombre actual es el personaje protagonista del drama que el dramaturgo irlandés escenifica: una vida basada en la espera para salir de la rutina y la esperanza por avanzar.
Cinco personajes desamparados que hablan continuamente pero que apenas logran mantener un diálogo coherente, expresan ideas de manera mecánica mientras muestran una falta absoluta de voluntad para comprometerse con los demás y ellos mismos. Una crítica social, política y religiosa que se mantiene a lo largo de los años y que no deja indiferente a nadie.
Cuando el teatro invita a pensar sobre la realidad que nos rodea vale doblemente la pena y en esta ocasión tenemos delante una mezcla explosiva que nos obliga a pensar, una vez acabada la representación, sobre lo que acabamos de presenciar: el hombre vive sin entender el mundo ni su función en él.
Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu y Jesús Lavi defienden con tesón su labor, unas magníficas interpretaciones entre las que hay que destacar el brillante trabajo de los dos primeros artistas. Sobresalientes actuaciones de Pepe Viyuela y Alberto Jiménez que sostienen este clásico del sigo XX, ambos personajes está construidos e interpretados de una manera inmejorable.
No es la primera vez que veo a Viyuela sobre las tablas y pienso que realmente merece la pena disfrutar en directo de su cuidado trabajo demostrando que es un actor en mayúsculas y que su esfuerzo merece una mención aparte.
No me olvido tampoco de la breve pero intensa intervención de Juan Díaz, un monólogo lleno de fuerza gracias a este genial actor que pone toda la carne en el asador durante unos pocos minutos.
Realmente cuesta imaginar la obra con otros intérpretes ya que parecen llevar toda su carrera artística trabajando con estos personajes a los que dan vida de forma soberbia, y si no que se lo pregunten al público que en el estrenó cayó rendido ante semejantes interpretaciones, demostrando su asombro con una más que merecida ovación. Qué bien manejan la intervención del silencio como reverso de la palabra en este cuidado texto, escrupulosos con lo que se dice y con lo que no y respetando en todo momento el tiempo para cada cosa. ¡Bravo!
Esperando a Godot desarrolla sus figuras sobre una escenografía minimalista que ayuda a no distraerse ni un solo segundo. Destacar el sobrio decorado diseñado por Paco Azorín que, sin embargo, resulta inmenso la mayor parte del tiempo. Además, cuenta con una buena estructuración de iluminación creada por Pedro Yagüe que nos permite seguir la risa, la ternura, el dolor… multitud de emociones cargadas de un humor extraordinariamente desgarrador o, como bien definió Beckett: “una obra horriblemente cómica”.
A mí ¡me supo a gloria!
Crítica realizada por Patricia Moreno