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02.08.2019 Críticas  
Normalidad no es lo mismo que homogeneidad

La Sala Flyhard cierra temporada con una doble invitación. Para Paco Bezerra como autor y para todos los que nos hemos acercado a conocer esta propuesta. El pequeño poni nos habla del bullying y el acoso escolar de un modo tan certero como alegórico. Un montaje idóneo para un texto con muchas capas de lectura, tanto en lo referente al contenido como a su estructura dramática.

La dirección de Mercè Vila Godoy y la interpretación de Glòria Sirvent y Sergio Matamala, únicos protagonistas presentes de la pieza, han captado la voluntad del autor de no polarizar en extremo. Es decir, nos encontramos con una madre y un padre que deben enfrentarse no solo a lo que le sucede a su hijo sino a su propia (y distinta por varios motivos) visión del mundo. Dos maneras de pensar que no han realizado el mismo recorrido en el momento en el que las conocemos y, por tanto, se enfrentan de maneras diferentes a un mismo suceso. Los dos realizan una labor muy destacable en el sentido que no buscan la simpatía del espectador sino que desenmascaran progresivamente muchos de los miedos de los adultos (probablemente a consecuencia de su desarrollo personal) y especialmente cómo esta incapacidad emocional se convierte en un lastre en la educación de los que vienen detrás. Una toma de conciencia en toda regla y un juego muy bien llevado entre el antagonismo y el acompañamiento escénico.

Resulta francamente interesante ir descubriendo el retrato que Bezerra realiza del niño. El que realmente es el protagonista de la pieza y que no aparecerá en escena, por lo menos en su forma corpórea. Asistiremos y compartiremos sus reacciones a lo que sucede tanto en casa como en la escuela. De algún modo, esta decisión escénica refleja sabiamente la vida «real» del personaje. Nunca está ahí realmente desde el momento en que nadie la da la oportunidad de hablar, expresarse y posicionarse en nada de lo que le implica directamente.

La puesta en escena propicia y al mismo aprovecha todas las posibilidades estilísticas para reforzar el discurso de este alegato sobre la libertad. La escenografía de Elisenda Pérez nos sitúa en un entorno más o menos cotidiano en el que cobran una relevancia especialmente significativa las proyecciones de Alejo Levis. Un trabajo que acerca la temática a algunos dinámicas propias de la ciencia ficción de un modo hipnótico y muy potente a nivel dramático. Culminante, ya que conoceremos al protagonista como él se ve. También se utilizan a modo de denuncia y alegato. Nunca contemplar un anuario escolar ha sido tan escalofriante, ya que la división o etiqueta de los retratados se realizará en función de su nivel de inculpación en el asedio que vive Luismi. Un hallazgo reforzado por la música original y espacio sonoro de Dani Nel·lo y siempre optimizado por el diseño de luces de Xavi Gardés que consigue, especialmente en el tramo final, que la magia suceda.

Finalmente, El pequeño poni consigue que empaticemos con todos los elementos que configuran el efecto trágico de la existencia de este niño de 10 años. Normalidad no es lo mismo que homogeneidad. Este sería el aprendizaje que nos ofrece una función que facilita sus herramientas tanto a través del contenido como de las decisiones dramáticas y de la puesta en escena. Resulta sorprendente cómo a través de la emoción, la ilusión y la sorpresa se crea un discurso argumentativo tan potente y persuasivo. Valentía aproximativa y responsabilidad a través de una obra tan marciana como relevante.

Crítica realizada por Fernando Solla

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