No hay dos sin tres. Ni cuatro sin cinco. Pel davant… i pel darrera regresa a Barcelona. Quinta producción para una obra cuya fórmula parece inagotable. Una receta cuyo enunciado se mantiene indescifrable e inigualable y que en manos de Alexander Herold y Paco Mir continúa despertando las carcajadas más sonoras e irrefrenables.
Un nuevo y muy inspirado reparto consigue que el artefacto optimice todas sus posibilidades y nos atrape de principio a fin. No parece haber intérprete que se resista a esta pieza y a lanzarse al reto que supone llevarla a cabo. Ni el sector profesional ni el público se cansa de compartir la ingeniosa mirada que Michael Frayn aplicó a una más que dudosa compañía teatral que interpreta un todavía más inconsistente vodevil. Para la ocasión, se recupera la versión y adaptación de Mir, que desde un primer momento trasladó el desfile de ciudades provinciales británicas a la geografía española. Esto servía para confrontar nuestro punto de vista autóctono sobre el estilo interpretativo de aquí con el de nuestros vecinos. De este modo, la mezcla de juego, broma y burla se acercaba más a nuestro talante y, sin que se llegara nunca al escarnio desaforado, sí que se vinculaba muy bien con los malentendidos y dobles sentidos constantes del slapstick original.
Aunque no hay excesivos cambios sobre la versión bilingüe que ya hemos visto en otras ocasiones, sí que es cierto que se ha realizado una relectura de la obra, adaptando algunos diálogos y teniendo en cuenta la actualidad más inmediata, dentro y fuera de las artes escénicas. Esto es una sabia decisión, ya que algunas situaciones que forman parte de la gran broma que es esta función han tomando un matiz muy serio en nuestro entorno social recientemente. Realmente, no tenemos la sensación de ver una fotocopia y esto es tan estimulante para el que se acerca por primera vez como para el que repite, del que solo se requiere que se deje sorprender de nuevo en momentos muy puntuales para que la velada transcurra con el éxito de siempre.
La dirección de Herold consigue un ritmo vertiginoso, quizá más que en otras ocasiones, gracias a unos intérpretes que parecen haber nacido para estos personajes. La deslumbrante exhibición de dramaturgia teatral de Frayn no solo es complicada de dirigir sino que en manos menos hábiles podría convertirse en una auténtica pesadilla. Tenemos que ver a un elenco que interpreta una obra como si fueran intérpretes que, al mismo tiempo, se enfrentan a otra. En manos de todos los implicados, el aparente caos que reina en escena se convierte en un espectacular ciclón, tan alocado como impetuoso. Anverso y reverso de lo que sucede sobre las tablas (ni siquiera a estas alturas sería perdonable explicar más). Otro gran valor de este montaje es que el ritmo interno de la función nos atrapa ya desde el primer acto, algo clave para que la progresión hacia el segundo y la apoteosis del tercero nos engatusen por completo.
La escenografía de Jordi Bulbena permite que la ilusión de encontrarnos ante un decorado completo se combine con la posibilidad de ver el backstage del mismo. Su diseño y localización de las puertas consigue una estructura que permite que las constantes entradas y salidas a distintos niveles se desarrollen a la velocidad que requiere la función y que los intérpretes puedan moverse por el espacio con cierto aire aunque a nosotros nos parezca que la confusión y la desorganización lo embargan todo. Sus piezas de vestuario juegan muy bien con esta doble condición de intérprete y personaje, algo que redondea la caracterización de Toni Santos. La iluminación de Susana Abella dota de verosimilitud a todo el tinglado escénico, tanto cuando se supone que debe haber luz de sala como dramática, consiguiendo naturalizar la parte de atrás jugando con lo que se se supone que sucede al frente y viceversa. En sus manos, el envoltorio es se convierte en idóneo.
Y por supuesto, los intérpretes. A pesar de la dificultad de la empresa, la sensación que nos transmiten y nos contagian es la de estar disfrutando como nunca con este juego que les obliga a recibir golpes, pisotones, persecuciones, subir y bajar escaleras y demás bromas más o menos macabras. Su elasticidad y capacidad física resulta tan envidiable como adecuada a los requerimientos de la pieza. Y su talento para triunfar en el gag inmediato no está reñido con una cierta construcción de personaje. La justa para que puedan retozar con el arquetipo y el intérprete que lo defiende (todos defendidos al mismo tiempo por ellos). Nos gusta ver cómo Laia Alsina, Bernat Cot y Xavier Serrat se mueven como pez en el agua en este terreno y consiguen que sus personajes consigan protagonismo cuando aparecen en escena junto a sus compañeros. Miquel Sitjar retoma el personaje que ya interpretó en el montaje de 2010 con la energía de la primera vez y totalmente alineado con el nuevo reparto. A su vez, Jordi Díaz consigue integrarse en el juego imperante a pesar del cinismo con el que debe enfrentarse y perfilar al director de la función. Y, realmente, resulta un verdadero placer ver cómo Lloll Bertram Agnès Busquets, Carme Pla y Lluís Villanueva toman el testigo de sus predecesores y parecen desaparecer tras estos dobles personajes y de algún modo condensar todo lo asimilado hasta el momento en el terreno de la comedia. Cada uno a su manera, desarrolla sus propias herramientas y las combina con las características marcadas por la dirección para cada protagonista. Juntos, consiguen trasladar el ambiente al patio de butacas y que nos riamos antes con ellos que de ellos, sin olvidar nunca cuál es la finalidad de la pieza que se traen entre manos.
Finalmente, nos encontramos ante un espectáculo que todavía conserva su capacidad de sorpresa y con cuyo sentido del humor y de la broma es imposible no conectar. Quizás, para una sexta ocasión, sería interesante una versión/aproximación más cercana a la original de Frayn. Sin desmerecer el trabajo de ninguno de los implicados en este proyecto, sino todo lo contrario, también es cierto que un clásico debe resistir, sostener y tolerar múltiples miradas para considerarse como tal. De momento y mientras llega la ocasión, Pel davant… i pel darrera merece la visita para ser descubierta por primera vez o para encontrarnos con una puesta en escena milimétrica y unos intérpretes que se convierten en los ingredientes principales de un cóctel explosivo.
Crítica realizada por Fernando Solla