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26.11.2018 Críticas  
Melancólica y demoledora

Suenan las notas de Nino Rota y a uno le recorre un escalofrío de los pies a la cabeza. El Teatro de la Abadía se llena de neorrealismo de la mano de Mario Gas. Se atreve Mario a recrear una de las obras maestras del cine. Un reparto magistral y un montaje que deja el alma herida y un halo de melancolía flotando en el ambiente..

En 1954 se estrenaba La Strada, dirigida por el maestro Federico Fellini, consiguiendo un lugar de honor en la historia del cine, consagrándose como una de las obras cumbre del neorrealismo. Tres personajes sin destino, perdidos, hambrientos, buscando sobrevivir. Un relato frío y duro, pero de un realismo sobrecogedor. Tres almas a las que el destino depara un final injusto. En aquel entonces fueron Anthony Quinn y Giuletta Massina los encargados de dar vida a Zampanò y a Gelsomina. Ahora la Abadía nos brinda a Alfonso Lara y a una increíble Verónica Echegui.

La madre de Gelsomina la vende a Zampanò, un artista ambulante. Gelsomina se ve obligada a actuar junto a Zampanò. Una relación recelosa, sin palabras amables, con más golpes que buenas palabras. Viajando de pueblo en pueblo para ganarse el pan. Se encuentran con el loco, interpretado magistralmente por Alberto Iglesias. Zampanò y el loco son viejos conocidos y se enzarzan en una reyerta que deja a Zampanò en el calabozo. Esos días sin Zampanò le servirán a Gelsomina para descubrirse valiosa, capaz de hacer cosas por sí misma, capaz de elegir un destino lejos de Zampanò. Pero no será tan fácil.

Mario Gas ha creado un universo pausado. Una escenografía brillante firmada por Juan Sanz, apoyada por una magnifica iluminación de Felipe Ramos y las proyecciones del siempre atinado Álvaro Luna. Escenas que se paran en el tiempo, que se prolongan, de una belleza casi en blanco y negro. Verdaderas fotografías a enmarcar.

Pero poco valdría eso sin tres actores que destilan verdad. Alfonso Lara como Zampanò, grandullón, violento, perdido, con alma oscura. Una interpretación que asombra por lo duro del personaje. Alberto Iglesias, con esa voz que traspasa emociones construye al personaje del loco con un andamiaje robusto. Gelsomina es Verónica Echegui. Ovación para lo que hace en escena. Su personaje despierta tal ternura en su voz y en su mirada que es magnética. Menudo papelazo se marca la Echegui. Impresionan su gesto, su transformación, sus lágrimas. Verla interpretar a trompeta las famosísimas notas de la banda sonora de La Strada es algo que queda para la memoria teatral de los espectadores. Se para el tiempo tantas veces en la función, que cuando termina no podemos calcular la duración del viaje, pues el desenlace nos deja suspensos, flotando entre destinos rotos, sueños por cumplir, vidas de una tristeza que sobrepasa el dolor.

La Strada es de esas funciones que deja pensativo, que se digieren con los días, que dejan poso. Personajes que se quedan grabados en la memoria. Escenas que difícilmente se olvidan. Un montaje redondo, un circo de emociones pausadas.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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