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22.11.2018 Críticas  
Doesn’t anybody ever get it right? (Yes, Guiu does!)

El Teatre Gaudí se convierte en el terrorífico hogar del nuevo proyecto de Ferran Guiu. El director arriesga y gana con Carrie. El musical, una propuesta que supone un salto al vacío y un paso de gigante en su trayectoria ya que consigue vencer el mito de enfrentarse al que se llegó a denominar como el peor musical de la historia de Broadway.

¡Qué suerte tenemos los aficionados al género de contar con alguien como Guiu! Compañero de viaje, perseverante donde los haya, que comparte una pasión que nos transmite título tras título. Y qué gran acto de (doble) justicia supone esta elección. Carrie. El musical cuenta con un libreto de Lawrence D. Cohen (también guionista de la película de Brian de Palma que ya en 1976 adaptó la novela de Stephen King y del subestimado remake de Kimberly Peirce de 2013). Novela censurada, película de culto (no así la secuela de 1999, donde participó Amy Irving, la Sue Snell de la original, ni la reinterpretación cinematográfica, que logró un gran reparto e incluyó la temática del ciber-acoso) y musical vilipendiado.

Hasta ahora. En 1988, la Royal Shakespeare Company supo ver el potencial de una traslación a las tablas y confió en Michael Gore y Dean Pitchford, colaboradores de la serie Fame, para la música y las letras respectivamente. También en su compañera Debbie Allen para la coreografía. Unir de algún modo, y a pesar de las diferencias, el universo estudiantil de la serie y el del autor de la novela, sigue pareciendo a día de hoy un acierto. Paso a Brodaway y 21 funciones (16 previas y 5 oficiales), cambio de Barbara Cook por Betty Buckley (que ya interpretó un personaje en la primera película), aplausos y abucheos, miedo de los productores y adiós. Años después, y ya en el Off-Broadway, los creadores originales decidieron revisitar y dar nueva vida a este musical. En 2012, hasta 7 canciones fueron sustituidas y la puesta en escena (probablemente la mayor dificultad del original), fueron modificadas. El tema del bullying no se trató solo como un comportamiento de los compañeros de instituto hacia la protagonista sino a partir de las reacciones y los efectos terroríficos y especialmente psicológicos no solo de la víctima (por supuesto, la mayor damnificada) sino de todos los demás, también los perpetradores. Se mantuvieron los aciertos, como la potente construcción del personaje titular y la relación con su madre (una magnífica Marin Mazzie) y se asignaron temas musicales de más peso y consistencia al resto, logrando momentos corales muy a tener en cuenta, así como una descripción profunda de las inquietudes y preocupaciones de este grupo de adolescentes (y adultos). Se empezó a tratar el musical desde su vertiente seria. En 2015, esa fábrica de grandes sorpresas llamada Southwark Playhouse del Off-West End de Londres acercó el musical a una experiencia mucho más inversiva y, en el mismo año, esa característica se convirtió en protagonista de la propuesta de Los Angeles. Hasta se dedicó un capítulo entero de la serie Riverdale a los temas musicales principales.

Este párrafo no es gratuito. Carrie. El musical tiene historia y recuperar la pieza y captarla a la perfección supone el siguiente paso en su consolidación escénica. Este paso lo asumimos, aquí y ahora, en el Teatre Gaudí. Por fin (y ya era hora) se logra la puesta en escena que la obra merece. Hablábamos de doble justicia y es que Guiu logra superar y acallar esa actitud de burla con la que, en paralelo a la sufrida por la joven protagonista, se ha escarnecido a este musical desde siempre. Gracias. Una experiencia que asume la sobriedad de la reescritura y la lleva a un terreno totalmente respetuoso y trascendente y que se disfruta de principio a fin. Hasta ahora, esa mezcla de indignación, incomodidad, toma de consciencia de las responsabilidades de cada uno, empatía e implicación no nos golpeaba de un modo tan potente. La dirección se centra en un excelente trabajo la pareja protagonista y del resto de intérpretes, así como en sus relaciones y motivaciones.

La puesta en escena libra al espacio de una escenografía innecesaria y se centra en el uso ecléctico de objetos determinados, especialmente sillas y alguna mesa. Esto favorece a que las connotaciones psicológicas de lo que se está explicando calen en el público y lo sumerjan todavía más si cabe. La excelente iluminación de Daniel Gener hace el resto, consiguiendo que los efectos especiales se asimilen en la dramaturgia de un modo orgánico y totalmente verosímil. Lo mismo sucede con los efectos de sonido. No hacía falta más, ya que los poderes telequinésicos de la protagonista no deben ocupar un primer plano y sí sus causas y consecuencias psicológicas. La no menos acertada coreografía de Xaro Campo se aprovecha del trabajo de sus compañeros y se adueña del espacio consiguiendo que el dinamismo y energía imperante en la propuesta se convierta en su una de sus señas de identidad. El aprovechamiento de las cuatro bandas se trabaja especialmente bien a partir de un movimiento escénico muy esmerado. En este contexto, la adaptación de Marc Gómez Domènech brilla y encuentra su mejor aliado.

Además del bullying también hay tiempo para insinuar los peligros del fanatismo religioso, en este caso a partir del personaje de la madre. Este es otro de los aciertos de Guiu: el saber trabajar las temáticas a partir de la asignación de una actitud, inquietud o rol catalizador del relato a cada personaje. De este modo, Elisabet Molet (Sue), Ferran Enfedaque (Billy), Laura Miquel (Sue) y Mikel Herzog (Tommy) destacan en sus creaciones. Y por supuesto (y el otro ingrediente imprescindible) todo el reparto nos conquista con su interpretación (voz, texto, coreografía y movimiento escénico y corporal). Muy bien trabajados los personajes de los profesores, Lluís Barrera y Marta Capel (especialmente la relación de la segunda con Carrie). Y es que nos encontramos ante un reparto de 14 intérpretes. También aquí, Guiu supera el reto con nota. Ya en el número inicial queda muy bien explicado que la preocupación por no sentirse un inadaptado social es algo que nace y acecha desde el interior de cada adolescente, de cada personaje.

El empoderamiento de y a partir de los temas musicales es deslumbrante. Y esto nos lleva a la pareja protagonista, en nuestro caso Muntsa Rius y Georgia Stewart (en breve, esperamos disfrutar también de Anna Valldeneu y Raquel Jezequel).

Nuestra Muntsa consigue algo precioso y muy importante y es convocar todo lo aprendido hasta ahora para interpretar a un personaje absorto, embebido y encarcelado en su propio fervor religioso. Consigue explicar a través de su progresión dramática el recorrido de esta mujer, incluso encontrar su humanidad. Asumiendo la dificultad de los graves con total naturalidad, se enfrenta a las piezas de resonancias operísticas con las que cincela a Margaret. A través de las canciones se transforma de una madre estricta pero cariñosa a un personaje mucho más siniestro, cuya intensidad en su enajenación homicida es equiparable a la que consigue una soprano. Unos giros que siempre nos sorprenden. Puro fuego que, además, la acerca a Cook o Mazzie, la línea «where she belongs». Solo unas pocas pueden dar en el clavo (y además hacerlo aportando un toque propio) de una Sally Durant Plummer y su «Losing My Mind» y también de una Margaret White y hacer lo propio con «When There’s No One». Ahí está Muntsa. Y esto es algo que nos hace especial ilusión.

Stewart «es» Carrie. Desde el principio hasta su escena culminante su interpretación es perfecta. Vocalmente espectacular e interpretativamente no menos destacable. Cómo consigue jugar con la psicología y la fuerza interior de las canciones para dar voz y expresión a un personaje al que la propia ideología o la ajena le niega e intenta reducir es algo que nos deja clavados a la butaca y nos conmueve incluso en los momentos más espeluznantes. No hay ni un solo instante (musical o no) en el que salga del personaje y consigue mostrarnos todas sus capas. No será posible a partir de ahora escuchar el tema titular por otra voz que no sea la suya. Ni pensar en otro rostro cuando sintamos su dolor. También su ilusión. Carries del mundo futuro: aquí esta vuestro modelo a seguir.

Finalmente, Carrie. El musical se convierte gracias a Guiu y a todos los implicados en una parábola contemporánea, fábula (aquí los animales serán los humanos) terrorífica, heredera directa de la valía de la novela y el original. No solo valida y certifica la calidad del título sino que pone en relevancia su valor revulsivo hacia una temática muy presente en nuestro día a día, tanto en el ámbito privado como en el público. Canciones que nos gusta escuchar en nuestro idioma y un trabajo espléndido de Stewart y Rius (de nuevo, a falta de ver el de Jezequel y Valldeneu) que nos regalan (y como dice una de las canciones más destacables) «a night we’ll never forget». Un musical que nadie en su sano juicio debería perderse y que esta vez, especialmente, nos recuerda que una obra no es grande o pequeña en función de las dimensiones del espacio o el patio de butacas donde se representa, sino del talento, ilusión, arrojo y valentía de los artistas que la llevan a cabo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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