La Villarroel sube a su escenario uno de las espectáculos más celebrados de La Calórica. Fairfly encuentra en su nuevo hogar el salto al gran formato. El que fuera uno de los éxitos de la temporada pasada del programa El Cicló en el Teatre Tantaratana no sólo revalida su categoría sino que consolida su relevancia artística.
Lo primero que constatamos al entrar a la sala y tras empezar la función es lo bien que le sienta la pieza a este teatro y viceversa. Aquí un servidor es fervoroso defensor de la idea de que el espacio donde se representa una obra de teatro no sólo dota de identidad a la propuesta sino que se convierte en un elemento imprescindible para que su recepción sea redonda. No es tan habitual que la obra sea tan redonda que sobrepase a este atributo del emplazamiento. La escenografía e iluminación de Albert Pascual (quien también firma el vestuario) son en gran parte responsables. La focalización y los cambios lumínicos son perfectamente adecuados a las dimensiones del espacio escénico y están muy bien integrados en la dramaturgia. Favorecen la mudanza entre escenas que propone el texto sin apenas más transiciones que la sutil modificación de la actitud de los intérpretes.
El trabajo de todos los implicados alcanza un nivel de excelencia compacto. Parece como si el proceso de creación de la pieza se hubiese plasmado como un balance de situación de La Calòrica en el momento de ponerse manos a la obra. El talento de todos los aquí presentes supone un activo que determina e incrementa el patrimonio artístico de la compañía. Y no sólo. También de una temporada que termina y, por tanto, de la calidad de la experiencia de los espectadores. Esto no es sólo un juego de palabras. La atribución y asimilación de todos estos términos en la construcción de la pieza es perfecta. Texto, puesta en escena e interpretación. Forma y contenido. Un teatro que no sólo es el que a la compañía le gustaría ver sino que se convierte en muestra totalmente representativa de los requerimientos de un público cuyo nivel de exigencia crece gracias a propuestas como la que nos ocupa.
El texto de Joan Yago ha dado en el clavo al “elaborar el producto”. La elección del tema del emprendimiento y de cuatro individuos que quieren controlar el recorrido de su vida profesional llega de un modo tan empático como profundo. Precisamente a través de la creación y el desarrollo de la situación central y de los personajes, el autor nos implica de un modo increíble tanto en el mundo empresarial o en proyectos de viabilidad como en el formato. Hay una conciliación milimétrica de todos los factores externos e intrínsecos que intervienen en la configuración de la realidad de los personajes y, por extensión, del público. Nuestro estado de animo para enfrentarnos y adentrarnos en la función se asimilará al de los personajes. Sorpresa, diversión, susceptibilidades y también posicionamiento. El recorrido temporal que establece la pieza entre inicio y fin es todo un hallazgo ya que nuestra mirada ya no podrá ser la misma cuando salgamos de la sala. El debate surte efecto.
Palpable. Así podríamos definir la dirección de Israel Solà y, en consecuencia, del trabajo de (y con) los intérpretes. Es muy complicado desarrollar una tarea como la que vemos aquí y dotar al resultado final de una apariencia tan realista y espontánea. Solà ha sabido captar y transmitir el ritmo idóneo para cada momento. Una bomba de relojería en la que todos los implicados deben ir muy alineados, ya que no habrá descanso ni pausa posible. La retroalimentación es constante y el debate está siempre presente. Esto es así porque no sólo escucharemos el punto de vista de cada personaje sino que veremos la reacción de todos los demás. Las transiciones entre escena son dramáticamente muy reveladoras, así como el movimiento de los intérpretes por el espacio para marcar el paso del tiempo. Un trabajo excelente.
Si bien es cierto que los cuatro van totalmente alineados, no lo es menos que cada uno imprime el carácter que necesita cada personaje. De la suma de fuerzas se beneficia el resultado final ya que mostrarán el recorrido completo. ¿Cómo yo me incluyo o me distancio del mundo o entorno que me rodea? ¿Qué considero injusto en función de mi situación en cada momento? ¿Derecho o privilegio? Queralt Casasayas, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher y Vanessa Segura realizan cuatro interpretaciones todoterreno. Mirada, voz y gesto. Saben utilizar muy bien el formato hasta llenar con su presencia todo el espacio. Dominan el escenario de inicio a fin. La escucha y acompañamiento que realizan todos de cada uno es espectacular. Sin desfallecer ni un instante triunfan al mostrar toda la progresión y las distintas capas de sus personajes. Mudan de actitud adecuándose al juego escénico y temporal de un modo en el que no se ve costura alguna. Naturalizando el mecanismo perfecto de la pieza con un simple cambio de silla y ademán. Juntos llevan la función al lugar ideal donde debe desarrollarse. Espectacular.
Finalmente, aplaudimos la decisión de Tania Brenlle de programar este espectáculo en el “on” de La Villarroel. No sólo demuestra un muy buen ojo llegado el momento de configurar la parrilla de obras que ocuparán la sala sino que normaliza la presencia de unos profesionales que no necesitan más justificación que su trabajo. A ellos les da visibilidad y al público “la” posibilidad. En este caso (rompiendo la regla explicada al inicio) no es el espacio el que identifica a la obra sino ésta la que ayuda a configurar el carácter del teatro. Con Fairfly, tanto el Teatre Tantarantana como La Villarroel se han marcado un buen tanto. En definitiva (y lo más importante), nos encontramos ante una obra que se recibe como un regalo en forma de gran y muy feliz jornada teatral.
Crítica realizada por Fernando Solla