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05.06.2018 Críticas  
No te sabría decir…

El Maldà se abre de nuevo al género musical con Tot el que no ens vam dir. Una pieza con libreto y letras de Alícia Serrat y música de Miquel Tejada que sitúa lo que quiere explicar en el contexto idóneo para que la efervescencia de los sentimientos descritos agite a los personajes en su momento más vulnerable. Una obra sobre los límites silenciosos del amor y la amistad.

Lo dijimos hace poco más de un año, aproximadamente por estas mismas fechas, tras disfrutar de “Per si no ens tornem a veure”. La condición hipotética del título se correspondía a aquella historia pero no a la realidad de los asistentes. “Fins que ens tornem a veure” resumía mucho mejor el deseo del público, y parece ser que también los de la autora. Un simple cambio de preposición y de tiempo que se salda con la pieza que nos ocupa. Un nuevo encuentro y un giro dramático considerable y muy bien llevado tanto a través del contenido como de las posibilidades que ofrece el género musical. Y un espacio en el que, una vez más, se propicia la cercanía entre intérpretes y espectadores favoreciendo sin duda al resultado final.

La mayor virtud de Tot el que no ens vam dir es que consigue situarnos en el preciso momento que viven los protagonistas. Un viaje iniciático a través de los conflictos internos que se nos presentan y que modifican o configuran nuestra personalidad. Situaciones anímicas adversas y definitorias. Cinco personajes que influyen en el recorrido de los demás a la vez que intentan caminar y definir el suyo propio. No se trata tanto de verlos desde nuestro momento actual sino el retorno a cómo éramos en el contexto intrínseco y temporal de aquella etapa. Para los que teníamos una edad similar a la de los personajes en diciembre de 1999, esta obra toca por su efecto evocador. Para los que hayan vivido todo lo que aquí se describe en otro momento o lugar, seguro que también. La confrontación funciona.

Alícia Serrat ha situado la pieza en lo más íntimo del ambiente universitario. En una reunión de un grupo de amigos y estudiantes de Filosofía para realizar un trabajo de sobre ética y moral. Es muy emocionante ver cómo ellos mismos se someten a estudio y aplican lo aprendido a sus vivencias y viceversa, algo que los intérpretes captan a la perfección. Cada uno se escudará en una pose o ademán concreto para progresivamente mostrarnos sus inquietudes sin resultar nunca arquetipos (algo imposible, ya que no están escritos como tal). No se trata de mostrarnos el primer amor sino la primera duda real sobre su duración hasta que muda a hábito o costumbre y su unidireccionalidad. Tampoco la primera muerte de un ser querido sino la primera vez que necesitamos entregarnos al llanto y rompernos para compartir nuestro dolor con una persona en concreto. Dudas sobre si nos querrá el tipo de individuo que no figura entre nuestras preferencias. El dilema que se nos presenta al darnos cuenta que juzgamos a los demás de un modo que nos hiere cuando es recíproco…

Reacciones ante un rechazo que va en contra de la voluntad del que rechaza. La contradicción interna que supone elegir y qué motivos tenemos. Ideas, emociones y sentimientos que nos siguen embargando a cualquier edad y que precisamente nos impactan porque se nos muestran como la primera vez que las tuvimos o que las asimilamos y procesamos. En un momento en el que parecía que podíamos incidir pero quizá se convirtió en la primera vez que no nos atrevimos a hablar ni a verbalizar. Volvemos a sentir como entonces, cuando el cuestionamiento sobre los valores canónicos hervían dentro de nosotros como si de una olla a presión se tratara. No se cita ni se trata de un referente explícito, pero de algún modo Tot el que no ens vam dir nos sitúa en un terreno entre la afectividad y la pesadumbre similar a “Merrily We Roll Along”, por citar un ejemplo memorable.

También es destacable la estructura narrativa, ya que los temas musicales surgen en el momento que requiere la historia. Unas canciones que no necesitan integrarse en la misma porque son su esencia. Concuerdan con esa máxima no escrita (o sí) que dice que los personajes cantan cuando ya no pueden seguir hablando. Describen a cada uno a la vez que le aportan un poco de aire en su situación personal. Carles Alarcón, Víctor Arbelo, Sonia Catot, Clara Solé y Estel Tort mantienen y desarrollan a estos personajes unificando la parte hablada con la cantada. Han interiorizado completamente los saltos y retornos temporales, plasmando las modificaciones que la memoria y los recuerdos hacen sobre lo que realmente fue. Imprimen verdad a un texto y a unas letras que no tienen miedo a navegar por lo emotivo e impresionable. A nivel vocal saben cómo integrar los temas en su interpretación aprovechando la decisión de no usar micrófono. Una opción que nos parece muy acertada ya que ni el espacio ni el tono de la historia lo requieren. En este sentido la dirección e interpretación musical de Miquel Tejada les sirve de guía y los acompaña en todo momento. Su composición empasta con las letras y consigue incrementar, potenciar y acrecentar tanto sus posibilidades como sus requerimientos. La alineación entre letra, música y voces destaca especialmente en “Tothom creu saber”, “No et sabrir dir” o “Dos estranys”, aunque se mantiene en todos los temas.

Finalmente, mención a la escenografía de Toni Luque. Con lo mínimo consigue crear un ambiente muy especial. En combinación con la iluminación de Adrià Rico encontramos momentos estéticamente relevantes como uno en que sólo brillan los rotuladores fluorescentes sobre la mesa o las mesitas con mensaje. Además de todo lo dicho más arriba, hay dos instantes que nos han parecido especialmente bien hallados. El auto-cuestionamiento sobre si el personaje de Cris es buena persona argumentado a través del ejemplo de la alcachofa y ese retorno al estreno de “Fight Club”, cuando se la definía como una película de boxeo a la vez que desmontaba el target habitual de público público potencial que tenía el film para disfrutar en pareja. Detalles a modo de “easter egg” que enriquecen el resultado final. Imaginamos que las vivencias personales de la autora han influido en estas aportaciones al texto, algo que ha integrado muy bien en la dramaturgia. Y sí, ¡hay CD!

Crítica realizada por Fernando Solla

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