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23.03.2018 Críticas  
Con un siete en el corazón

Rescatada del extinto Frinje de las denostadas Naves del Matadero, Scratch es una propuesta que ya despertaba curiosidad por su utilización de distintas disciplinas, que hasta contó con una retransmisión en directo por Internet, cuando pocos montajes, hasta hoy día, rompen esa barrera para llegar al espectador.

Con el trasfondo de los disturbios londinenses del 2012, que supusieron una toma de conciencia de la violencia latente que nos rodea, y que en ese momento cercó, de forma literal, el centro de la capital inglesa. El texto de Javier Lara sigue la misma dinámica que esos barrios periféricos hicieron, avanzando con decisión hacia nuestro pecho, muralla que tapia nuestro corazón, la cual logra superar sin esfuerzos, con esta historia de amor fraternal.

Antes de entrar en la sala, los pasillos de Nave 73 son un bullir de los Grumelot, actuando como una gran familia, y cuyos miembros son los artífices de poner en pie este montaje, con el mimo que requiere algo tan personal como lo que nos va a contar.

Javier Lara es un psicólogo argentino imaginario, con visos de Caronte; es una madre cordobesa, el Nacho, Rachel, el hermano mayor. Todos y cada uno de los personajes que interpreta en Scratch son emotivos, desternillantes y memorables. Si en montajes anteriores siempre destaca sobre el resto del elenco, este tour de force es la constatación de su versatilidad y del magnífico hacer de este actor a una imponente barba pegado.

Fernando Delgado-Hierro es el protagonista de Scratch, y tanto su físico, caracterización, y su brillante interpretación de este joven okupa malviviendo en Londres, tras un día a día que considera miserable, en familia. Fernando es todos esos jóvenes que se fueron buscando un futuro que en España se les planteaba como inexistente, y que volvieron tal cual se fueron, o no, quizás prosperaron allá donde fueron, o acabaron convertidos en un cerco de tiza en una calzada cualquiera como la que nos recibe en Nave 73 este espectáculo.

Quizás aún es pronto para hablar de esta juventud emigrante de la primera década de los 2000 en la que nos encontramos, pero Scratch es la semilla de todo el teatro que vendrá en un futuro, hablando de toda esta generación migrante, como ya se habló de la de los años 60 y 70.

Scratch es un maravilloso homenaje a la familia, a los amigos, a la importancia del contacto piel con piel, o de las conexiones virtuales. Scratch sabe a «cocretas» de la mama, a ketamina en un restaurante vegano o a una pastilla en los baños de la discoteca; a la boca de tu pareja, al amargo de la incomprensión que sentimos de adolescentes, pero sobre todo sabe al dulce abrazo de aquel que te pide que no te vayas, que te quedes a su lado.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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