Los PasoAzorín Teatro son una máquina de generar proyectos y montajes que van poblando todos y cada uno de los rincones teatrales de la capital. La casa de su nueva iniciativa, Las leyes de la relatividad aplicadas a las relaciones sexuales (a la que a partir de ahora citaré como LLRARS), es la imparable Intemperie Teatro.
Una mujer buscando las claves del suicidio de su padre, junto a su psicóloga. Una parejita buscando la manera de que el joven encuentre la inspiración que desemboque en un poderoso ímpetu sexual. Una joven con un cadáver erecto en su cama. Una comercial de pompas fúnebres de guardia, a la caza de una venta estrella. Una mujer come mientras ve la televisión. Presentadas las claves de esta dramedia sexual, LLRARS comienza un extenso periplo en busca de entretener al espectador… y poco más.
El director y autor Ramón Paso parece desmarcarse con este montaje del objetivo de la compañía «de llevar a cabo proyectos teatrales y culturales con una base crítica y reivindicativa» pues recibo LLRARS como un esfuerzo de crear el nuevo «pelotazo» teatral que haga a la masa millenial, más centrada en el trap y los guateques, dirigir su mirada a una sala de teatro. Tras el enorme éxito que supuso la revelación de ‘Los Miércoles no Existen», la calidad y emoción que destilaba «¿A quién te llevarías a una isla desierta?» de Jota Linares, o la tremenda taquilla generada a por los «Amores Minúsculos» de Alfonso Casas, y dejando en un aparte el fenómeno «La Llamada», aún no ha aparecido en la cartelera ese must orientado a un público joven, que hable su mismo lenguaje y trate cualquier tema que les de de lleno.
Si hace unas semanas reseñaba «Escoria» de Juan Frendsa y hacía mención a las maneras que apuntan uno y otro, LLRARS roza lo paródico en cuanto al retrato de una juventud que si, habla como ellos (a gritos y con exceso de blasfemias), pero no es un retrato fiel de la realidad «joven» actual; es mas la concepción de un adulto de cómo ve a la generación Z. Se me vino a la cabeza en varias ocasiones el meme que circula por redes del Sr. Burns de los Simpson vestido con gorro de lana y camiseta juvenil, y hasta por cercanía de edad o generacional, fueron varios los momentos en los que lo representado era incómodo por grotesco, nada representativo, o gratuito.
Una voz más afín a los temas expuestos, podría haber hecho que una buena dirección virase el sentido de la función, y la poblase de matices interpretativos que embelleciesen la función, o al menos puliese ciertos aspectos. Ramón Paso hace del exceso que exige a sus actores, todo lo contrario a una interpretación natural que exige este texto. Todas gritan (Jordi Millán, no), como si en el histerismo estuviese la respuesta a esa búsqueda constante de sus personajes. Todos los personajes buscan su voz en el techo de la sala, hacia donde proyectan su voz, bien arriba, para que llegue más allá de los travesaños de madera y el cemento y el hormigón, y traspase las baldosas, y la alfombra persa de la vecina de Malasaña, y llegue a los oídos de la misma. En toda esta travesía del grito, se pierde el mensaje, y lo único que llega al espectador (o a la vecina del quinto) es un ruido, molesto, con demasiados decibelios, y que se percibe como una retahíla interminable de insultos, injurias, dicterios e improperios.
El que aquí teclea no destaca por un lenguaje cuidado y amable, mas que en un entorno profesional, o por estos lares, pero los acontecido en la sala rozaba lo innecesario. Un continuo uso de palabrotas no añade juventud, cercanía ni coloquialismo al discurso del personaje; mi percepción fue que la emborronaba, y enmascaraba con el fin de tapar las grietas que tiene este texto que peca de inmediato y poco meditado.
LLRARS llega a la audiencia con unos chascarrillos de serie en prime time de cuestionable calidad, o de programa de madrugada. Solo el personaje de Ana Azorín sirve como hilo conductor e historia con un trasfondo claro y unas motivaciones profundas; es la historia de esta comercial de ataúdes y arreglos florales la protagonista real y sobre la que debería gravitar todo el montaje, eliminando el ruido blanco del resto de historias. La brutal y reveladora escena final del personaje de Paula Reyes se merecía un montaje propio que nos diese mas claves para desentrañar el misterio de esta psicóloga que no nos despierta mayor interés hasta que nos explota en la cara de forma muy gratuita, su verdadera cara. Ese momento fue mi enésimo y final pensamiento de «¿pero y esto, por qué?».
Crítica realizada por Ismael Lomana