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07.12.2017 Críticas  
Irónica y apocalíptica visión del repertorio vienés

La Seca Espai Brossa acoge una original propuesta de Marc Rosich. Àries de reservat nos presenta un repertorio más o menos paradigmático de los conciertos de fin de año de un modo tan improbable como ocurrente, indómito y muy agreste.

Rosich se ha rodeado de un equipo cómplice que ha entendido a la perfección su visión para este espectáculo. Cómo casar la opereta vienesa y alemana con algo de cabaret berlinés en un presente apocalíptico puede parecer una quimera irrealizable en el terreno de las artes escénicas. No sólo porque no se realizan aproximaciones de este tipo sino también por la dificultad añadida para una intérprete que debe concentrarse vocalmente en la ejecución de las arias o tonadas.

Nunca sabremos qué opinarían Strauss o Radetzky sobre esta función, aunque durante el visionado nos los imaginamos revolcándose divertidos entre carcajada y carcajada. El gran hallazgo de la dramaturgia y dirección de Rosich consiste en no burlarse o denostar el material de partida sino en reconocer con ironía cómo nos recreamos ante su pomposidad. El cataclismo desastroso no se enfoca tanto hacia el ingrediente principal de la propuesta sino hacia el público consumidor del mismo. Lo verdaderamente revolucionario será la proposición caníbal y natural de terminar con esos usuarios elitistas que ya ni disfrutan del trabajo del artista pero que lo acaparan como marca de clase. El elemento antropófago está muy bien tratado y amplifica la significación explícita de lo que estamos viendo.

Joana Martí ha vestido con gusto y adecuación ambibalente la propuesta. Tanto el espacio escénico como el vestuario, así como la iluminación de Àngel Puertas mantienen el tono necesario para que todo avance por el camino previsto por el director. En especial la pieza que viste la soprano, que propicia un juego tan divertido y alocado como el resto de la propuesta. Lo mismo sucede con el movimiento y coreografías de Roberto G. Alonso, que favorecen tanto la interpretación como amplifican la visión de Rosich. Muy buen trabajo conjunto.

No habría espectáculo sin la excelente labor de Elena Martinell y Glòria Garcés, soprano coloratura y pianista repertorista, respectivamente. La primera hace tangible lo impensable. Su interpretación del repertorio elegido es impecable. Esto es algo que no debe darse por supuesto. Hay que tener muy interiorizada la coloratura vocal (aunque parezca redundante) para poder ejecutarla con semejante y aparente facilidad. De este modo, puede centrarse en la interpretación física y el texto y una increíble y desternillante expresividad facial, que contrasta con las piezas elegidas. La memoria corporal de la intérprete es realmente increíble. Así como su complicidad con Garcés. Pianista y arreglista que demuestra una vis cómica más que relevante sin apenas mediar palabra. Ambas son dos grandes embajadoras que aportan el sentido y sensibilidad requeridas para llevar a buen puerto la función.

Finalmente, lo verdaderamente novedoso y seductor de Àries de reservat es, además de la interpretación de Martinell y Garcés, el desacomplejado punto de vista que Rosich imprime a todo el conjunto. Disfrutando con regocijo de los excesos formales de este repertorio a la vez que se ironiza sobre su aproximación. Un trabajo antes cachondo que gamberro que propicia una muy feliz convivencia entre un contenido y continente que parecían antagónicos hasta el instante previo al inicio de la representación.

Crítica realizada por Fernando Solla

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