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05.12.2017 Críticas  
Portazos en fucsia

Venezia Teatro se atreve con el memorable texto de Henrik Ibsen, uno de los dramaturgos más reconocidos de la historia del teatro. Casa de muñecas, una de sus obras cumbre, representada mundialmente marcó un antes y un después en la reivindicación de los derechos de las mujeres. La versión que ahora llega al Fernán Gómez permite una revisión del aclamado texto.

José Gómez-Friha firma esta nueva propuesta de Venezia Teatro. Se vuelve a contar en esta ocasión con Pedro Víllora para la versión de este conocidísimo texto. El espectador se encuentra ante una explosión de fucsia. Un escenario que es tablero de ajedrez, donde se desarrollará la gran partida de Nora, la protagonista de la historia. Una partida en la que los jaques y mates serán la consecuencia de decisiones tomadas por ella. De su decisión de asumir las consecuencias, de no callar, de no esconderse, de huir si es necesario, aunque eso suponga abandonar la aparente comodidad y prosperidad de ese hogar, de esa Casa de muñecas, en la que en apariencia todo es perfecto.

Como único elemento escenográfico un piano, que servirá acertadamente de costurero, de mesa del té, de buzón de correos. El vestuario elegido va de los tonos eléctricos del fucsia a otros más anodinos y pastel.

Y llegan los portazos. El portazo de Nora es uno de los finales más contundentes del teatro. Sin desvelar si aquí es contundente o no, si diré que la repetición de muchos portazos consigue diluir el efectismo. Hay tal trasiego de personajes entrando y saliendo, con sus consiguientes portazos, que al final uno ya no repara en la importancia de los mismos. Mamen Camacho como Nora, la protagonista de este empoderamiento femenino, lleva el peso de la función, y por momentos el peso parece excesivo, si bien no la culpo a ella, sino más bien al resto del elenco que parece estar en un código totalmente ajeno al suyo. Oriol Tarrasón como Torvald no llega a despegar en ningún momento. Elsa González es una amiga más preocupada de su dicción que de su interpretación plana y sin matiz alguno. Andrés Requejo como el usurero Krogstad consigue dar un poco de verdad en algún momento. El conjunto flaquea, la pasión se diluye, el conflicto tarda en aparecer y la solución llega tan taimada que no remueve al espectador.

La propuesta de entradas y salidas constantes de los personajes distrae y carece de interés. El acento que debería estar puesto en el dilema de Nora, en su aceptación de su error y su decisión a aceptar las consecuencias se trata tan rápido que nos vemos abocados a un final abrupto.

Aun así, esta Casa de muñecas, gracias al magistral y revolucionario texto de Ibsen, tiene la capacidad de, a pesar de haber sido trasladada de época, conservar temas universales, como la igualdad de sexos, el derecho de las mujeres a tomar sus decisiones, el derecho a la libertad de elección y muchos otros asuntos que a veces no parecen, aun hoy, todavía resueltos.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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