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18.07.2017 Críticas  
Pityriasis Simplex teatral

Verano de 2017. Por las carteleras de la capital campan a sus anchas una serie de montajes teatrales que se adaptan a la calentura interior y exterior del público, y los teatros logran habitar sus butacas por una audiencia, en su mayoría, de vacaciones, dispuestos a dejarse hacer reír, llorar, emocionar, pero no pensar. Y esta es la única virtud que tiene Pares y Nines.

Pares y Nines es un texto estrenado en 1988, de Jose Luis Alonso de Santos, que narra la convivencia temporal de dos hombres, Fede y Roberto, cuando a uno de los dos, le abandona la ex mujer del otro, y aparece una vecina aventurera para alimentar la discordia y «vivir escenas de auténtica locura», como reza el programa de mano. Y efectivamente, de locura son las situaciones porque hay que estar privado del uso de la razón para disfrutar del argumento.

Este año ya me encontré con un caso parecido, hecho que relato aquí, y lo que vengo a comentar en este momento, roza lo vivido anteriormente. Pero, en este caso, es desconcierto lo que siento al ver que una producción como esta llegue a estrenarse a día de hoy. Pares y Nines no es siquiera una obra de teatro para las masas, dado que la calidad no debería estar reñida con la ligereza de su argumento, como son claros ejemplos que obviaré el citar.

Llenazo absoluto, estreno oficial, famoseo patrio; y 40 minutos de retraso en el comienzo. Esto último solo tiene excusa cuando lo hace la Reina del Pop, cuando Concha Velasco haya pillado atasco, o la escenografía esté en llamas. Carlos Chamarro (Roberto) aparece en escena con todo el repertorio de gestualidad que Jose Luis Moreno a la dirección pediría. Josep Linuesa (Fede) intenta muy fuerte sacar su vis cómica y por momentos (uno) lo consigue y de forma muy efectiva; y Mónica Corral (Nines) pasaba por allí en toalla y ligera de ropa, tal cual es el cometido de su personaje.

Pares y Nines es la perpetuación de un modelo de teatro que solo tiene sentido en el tiempo que se escribió, y nunca debió transgredir ni ser considerado un producto exportable al siglo XXI, con sus bromas sobre hombrías heridas, masculinidades débiles, ropa interior de encaje, y ligereza en el vestir (femenino, claro) sin ningún valor artístico ni soporte argumental.

Me es imposible acertar a comentar aspectos positivos con respecto a este montaje, porque no los encuentro, y solo veo cabida de algo como Pares y Nines en el lugar que ocupan productos de este tipo en televisión: como relleno de espacio en momentos previos al prime time. Acercaos al Teatro Príncipe Gran Vía si disfrutais de gym tonys, cameras cafés, o espacios de humor de similares características.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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