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03.04.2017 Críticas  
Un tejado algo tibio

Tennessee Williams escribió una obra maestra, un retrato familiar, con una magistral trama y otras que navegan en el segundo plano. Temas difíciles para la época. Un texto magistral, adaptado docenas de veces y llevado a la inmortalidad gracias al cine y a la belleza de Paul Newman y Liz Taylor.

El Teatro Reina Victoria ofrece una nueva versión dirigida y adaptada por Amelia Ochandiano. Un texto potente que luce en algunos momentos y languidece en otros muchos. En esta adaptación, los papeles protagonistas recaen en Begoña Maestre como la gata Maggie. Eloy Azorín como Brick y Juan Diego en el papel del padre.

La historia archiconocida que nos lleva al sur de Estados Unidos. Una familia acomodada celebra el cumpleaños del patriarca. El homenajeado en cuestión, aquejado de una enfermedad mortal, verá como sus herederos intentan hacerse con su herencia. Pero la trama que nos interesa es la relación de Brick con su esposa, la bella Maggie. Una relación bajo el punto de mira y sospecha de todos por la incapacidad de concebir hijos. El hermano y la cuñada de Brick harán todo lo posible por socavar la moral de este. Brick está alcoholizado perdido desde el suicidio de su querido amigo Skipper. Las indirectas sobre esa relación de amistad entre los dos amigos que lanza Maggie a su idolatrado esposo. Las sospechas del patriarca. El cumpleaños, el calor, la mentira, el no decir la verdad sobre el estado de salud del padre. Todo eso es esta Gata sobre el tejado. Una historia redonda.

En esta adaptación se mantiene la época original de la acción. A saber, los años 50. Me sorprenden algunos cambios en el lenguaje, especialmente en los momentos de tensión, donde algunos insultos suenan totalmente fuera de lugar. No los veo necesarios, a menos que se quiera subrayar mucho (demasiado) la sospecha de que Brick y Skipper eran más que amigos.

La escenografía es correcta, sin grandes artificios. Hay durante toda la función una obsesión por abrir y cerrar continuamente las cortinas, creo que sobran varios de esos movimientos. La iluminación apenas cambia. A mi parecer habría sido necesario mejorar ese trabajo.

En el terreno interpretativo, Begoña Maestre, que me consta ha tenido poco tiempo para prepararse el papel, se queda muy a mitad de camino de lo que queremos y necesitamos ver en el papel de esa gata. Eloy Azorín está correcto, llegando a volar en sus escenas con el gran Juan Diego. Hay que esperar bastante hasta que llegan las escenas entre ellos dos y que levantan el interés. Ahí es donde se ve el hacer de la experiencia. Ana Marzoa en el papel de la madre está fantástica.

Una gata sobre un tejado de zinc caliente debería ser una función trepidante. Hay ambición, debe haber tensión sexual, sudor, odio enfermizo. En esta adaptación todo se queda un poco tibio. La pareja no transpira deseo, hay una química extraña entre ellos. Si de algo sirve la función, es para ver el buen hacer de unos actores de gran experiencia ante otros que aún les faltan años por recorrer. Quédense con eso al acudir al Reina Victoria. La sombra de Paul y Liz es demasiado alargada como para obviarla.

Crítica realizada por Moises C. Alabau

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