Allá por otoño, La Joven Compañía presentó su programación, y nos sorprendió con la propuesta de una versión de LA ISLA DEL TESORO. Aparecieron en mi mente piratas de parche en el ojo y barcos de cartón. Pero estos de La Joven, saben innovar, sorprender y enamorar. Menudo viaje nos pegan.
Robert Louis Stevenson escribió la novela de piratas y aventuras por excelencia. Algunos que tenemos una edad hemos leído y releído las peripecias de Jim Hawkins. Nos hemos sentido grumetes a bordo de La Hispaniola, y nos hemos visto desenterrando el codiciado tesoro del Capitán Flint. Poder ver todas esas aventuras en las tablas de un teatro es todo un lujo. Poder disfrutarlas con unos actores que derrochan talento y energía es único. Descubrir que la ISLA DEL TESORO estaba escondida entre las paredes del Conde Duque es un secreto que se ha de contar.
Cuando uno acude a ver un montaje de La Joven Compañía sabe que no va a ver convencionalismos, tiene que ir uno despojado de prejuicios y con ganas de sumergirse en la energía. Una vez hecho eso, simplemente dejarse llevar. Esta ISLA DEL TESORO que ponen en pie es la adaptación de la dramaturga británica Bryony Lavery, que se permite que Jim Hawkins sea una niña (espero que el Sr. Marías no acuda a ver la obra, a riesgo de una apoplejía, aunque no hay peligro de ello, pues no parece que frecuente los templos de la cultura de la que hace alarde) Esta niña que será la que nos lleve a la aventura, es la que sentencia “las chicas también necesitan aventuras”. La que le responde a Bill Bones ante la pregunta de si es un chico o una chica: “¡Eso es asunto mío!”.
Nos encontramos una historia de aventuras y piratas montada con un ritmo trepidante. Salpicada de momentos mágicos. La conversación de Long John Silver con Jim, bajo la noche estrellada es de una belleza contagiosa. Mucho tiene que ver la iluminación de Juanjo Llorens. Simplemente magistral. Los aciertos escenográficos son continuos. La misma Bryony Lavery dijo en el encuentro con público, que algunas de las soluciones escénicas de esta producción, eran de las mejores que había visto de todas las producciones de LA ISLA DEL TESORO que había podido presenciar.
La jovencísima María Romero hace un Jim Hawkins que desprende magnetismo. El viaje de la niñez a la madurez que contemplamos en la obra es ya de por si una aventura. Sus pesadillas, sus dilemas, la lucha del bien y la honradez, contra el mal y la avaricia desmedida. Nono Mateos encarna un Long John Silver de categoría. No le pierdan la vista a este chaval. El resto componen unos personajes entregados y maravillosos. Álex Villazán un divertido Capitán, Alejandro Chaparro le agarra el punto cómico a su Squire. Víctor de la Fuente, tiene uno de los monólogos más difíciles y más divertidos. A Rosa Martí, imposible no quitarle el ojo de encima en su descacharrante Caracabra. Todos, absolutamente todos, se entregan con humildad y sin tapujos a contarnos la búsqueda del tesoro.
No es esta una función infantil. No es una trivial historia de piratas malos y hombres honrados. Esto va más allá. No se toma al espectador como un ser que no piensa. Aquí hay moraleja, aquí hay que mojarse. Sorprendentemente, en la abarrotada función de anoche, familias enteras con niños pequeños me hacían presagiar una función ruidosa (no es fácil que un niño pequeño aguante dos horas de un tirón en un teatro). Que grata sorpresa la mía, al descubrirme en una platea absorta, niños pequeños entusiasmados. Algo se estaba haciendo muy bien en ese escenario. Y les repito, esta no es una función infantil. El lenguaje es adulto y la propuesta escénica está alejada de los convencionalismos del realismo.
No creo que haga falta que les recomiende ir al Conde Duque durante este mes de febrero si quieren invertir dos horas de su vida en acompañar a Jim en la búsqueda de la ISLA DEL TESORO. A riesgo de repetirme, les digo, no pierdan de vista a La Joven Compañía. De la mano de profesionales como David R. Peralto, José Luis Arellano, Silvia de Marta, Andoni Larrabeiti y Olga Regullón, que se dejan algo más que la piel en este proyecto, podemos disfrutar en mayúsculas de teatro sin egos desorbitados, con energía que desborda, con humildad que contagia.
Déjenme que les cuente un secreto. El tesoro no está en el cofre enterrado. El tesoro está sobre las tablas del escenario. Vayan y descúbranlo.
Crítica realizada por Moises C. Alabau