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25.01.2017 Críticas  
La penitencia de ser cómico

El escenario del Romea se convierte en purgatorio para dos expulsados de la compañía Lord Chamberlain’s Men, Wiiliam Kempe y Robert Armin. Una aproximación al universo shakesperiano que mira cara a cara a otros autores fundamentales de la literatura anglosajona como James Joyce o Samuel Beckett.

Martí Torras Mayneris y Denise Duncan han creado la pieza teatral a partir de diálogos de muchas de las obras fundamentales del bardo. Valiéndose de las siempre valiosas traducciones de Joan Sellent, han hilvanado prácticamente todo su texto utilizando réplicas de muchas de las piezas originales, dándoles un contexto distinto dentro de un nuevo argumento creado especialmente para la ocasión. Por la apariencia absurda y la carga existencialista podríamos recordar “Rosencrantz y Guildenstern han muerto” de Tom Stoppard. Este detalle ya distingue a LA TAVERNA DELS BUFONS como una obra que se desmarca del tipo de propuestas que suelen ocupar nuestra cartelera. A Shakespeare se le ha citado o parafraseado en numerosas producciones recientes, pero no se le suele convertir en personaje. Mucho menos en antagonista al que se cuestiona, no por su valía artística sino por su dimensión humana.

La elección de Joan Pera (Armin) y Carles Canut (Kempe) multiplica la característica metalingüística de la propuesta. A Canut estamos más acostumbrados a verlo en propuestas serias pero, a pesar de haber demostrado su valía en este terreno, no sucede lo mismo con Pera. En cualquier caso, no es la primera vez que coinciden sobre el escenario o que se han convertido en pareja cómica. Ambos sobresalen cuando se enfrentan a los distintos parlamentos dramáticos con una luz cenital como única escenografía. su compenetración es absoluta mientras dura la función. Tanto Pera como Canut muestran algunos tics propios de su personalidad, pero esa mezcla de personaje real y ficticio siempre juega a favor de la propuesta y se requiere para terminar de amalgamar las múltiples capas de la dramaturgia.

La escenografía de Sarah Bernardy y el propio Torras es uno de los grandes aciertos de la función, así como el magnífico vestuario de Rosa Solé. La iluminación de Quico Gutiérrez y el espacio sonoro de Ramon Ciérzoles terminan de redondear una pieza plásticamente cautivadora. La música en directo interpretada por Els Berros de la Cort y el contrapunto que ofrece Dafnis Balduz (Shakespeare) a la pareja de veteranos también suman algún entero al resultado final. De hecho, el trabajo de Bernardy ayuda a superar esa sensación de extrañamiento ante lo que estamos viendo con la ayuda de un pequeño telón de terciopelo rojo. El purgatorio de los artistas visto no sólo como un conflicto socio-cultural sino gremio contra gremio. Autor contra actor, intérprete contra cómico, etc… Un homenaje mucho más implícito de lo que parece a primera vista y, nunca obvio o gratuito.

Hablábamos de extrañamiento. Este detalle es quizá el más arriesgado de todo el trabajo dramatúrgico. Beckett, Joyce, Stoppard… Sin duda grandes nombres cuyas puestas en escena dependen en gran medida de la visión o aportación del director o adaptador. Aquí se crea algo nuevo que se pone en escena por primera vez y a pesar de la sensación exclusiva que se pueda tener en un principio, el trabajo de todos los implicados consigue que terminemos metidos de lleno en la propuesta. Hablar de sueños puede parecer en ocasiones hablar de nada. La ilusión del (y por el) Teatro, niega aquí la afirmación anterior.

Finalmente, LA TAVERNA DELS BUFONS se torna tanto o más reflexiva que divertida. El contraste del juego metateatral confronta el tono bromista de las interpretaciones con un ideario crítico hacia las aproximaciones contemporáneas de los textos del autor que, de algún modo, desvirtúan la esencia de la manera de hacer teatro del siglo XVII. Sin duda, una propuesta a contracorriente que merece del público toda su atención.

Crítica realizada por Fernando Solla

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