novedades
 SEARCH   
 
 

23.12.2016 Críticas  
Moonlight Serenade (o el código es importante)

La Sala Flyhard acoge una función que se estrenó hace algo más de un mes en La Planeta de Girona dentro del Temporada Alta 2016. L’HOME SENSE VEU es un delicado espectáculo que encuentra en la cercanía de este espacio (y en la sensibilidad de los dos intérpretes) un valor añadido que terminan de redondear el texto de Clàudia Cedó.

Estamos ante una feliz ocasión en que la dirección de un texto propio parece delimitar la suficiente distancia con el material de partida como para captar todos y cada uno de los matices del mismo. La composición de Cedó, bañada en una aparente cotidianidad es inmensa. El dominio de todos los aspectos, desde el extrañamiento propio de la situación inicial (una ama de casa que se encuentra con un astronauta) se convierte en una incisiva metáfora de la incomunicación entre los seres humanos. Lejos de quedarse en la anécdota o la curiosidad de la propuesta, la autora sabe cómo incluir esta falta de correspondencia en el terreno matrimonial, amistoso e incluso entre padres e hijos. ¿Cómo se puede relacionar todo lo expuesto con la difícil lucha que separa el autismo de los códigos estándares de comunicación? La negativa a la resignación está soberbiamente implícita en el texto. El código es algo muy importante, quizá el leitmotiv de la función. Y Cedó consigue incluirlo en el argumento al mismo tiempo que redimensiona tanto el mismo como el canal a nivel dramatúrgico. Excelente trabajo.

La banda sonora de Lluís Robirola propicia el juego entre las distintas capas temáticas de la acción, así como su superposición hasta convertirse en una. La elección de “Moonlight Serenade” de Glenn Miller es, seguramente, uno de los mayores aciertos de la propuesta, ya que sirve a Cedó para desmarcarse de cualquier corriente dramatúrgica al uso e indagar en su inmensa capacidad narrativa. En este terreno hay que destacar el espacio sonoro y el diseño de iluminación, de Robirola y Xavi Garcès. La entidad y capacidad de conmoción de esta puesta en escena no sería la misma sin este depuradísimo trabajo de orfebrería que en cuestión de segundos es capaz de llevarnos de una cocina a la misma luna. La cercanía al terreno Sci-Fi y la recreación de los efectos de sonido es inmejorable. A cada interferencia en la comunicación entre los protagonistas se toca una tecla emotiva, que explica un nuevo resorte o recoveco de la historia.

Las interpretaciones de la pareja protagonista son de una sensibilidad que no conoce límites. Siempre adecuados al tono de la propuesta. Siempre generosos en matices y en entrega. Cristina Cervià pasa (y nosotros con ella) por todos los estados de su personaje con una espontaneidad no exenta de un calado, profundo y progresivo. En el caso de Jordi Subirà podemos afirmar que nos encontramos ante uno de los trabajos que marcarán esta temporada teatral. El trabajo (no verbal) que realiza con el rostro este actor, tensando toda su musculatura facial se convierten en uno de los gritos más desgarradores e inaudibles que se recuerdan. Mirada ausente y consciente. Un emocionante y meticuloso trabajo que capta nuestra atención desde su aparición en escena y que se agradece mucho más allá del aplauso.

El vestuario de Iztok Hrga es excelente y está perfectamente integrado con la visión transversal de la autora. En apariencia nos encontramos ante una propuesta algo marciana (cuando se trata de vestir al astronauta) y por momentos, parecerá que estamos ante un pijama infantil. De la seriedad a la sonrisa y de aquí al llanto. Cada pieza y el uso que hacen los protagonista, en especial Subirà, fomenta un nuevo click mental en los espectadores hasta hacer que todas las piezas encajen. Encomiable ejercicio de adecuación.

Un último detalle que no desvelaremos para no caer en el spoiler pero que nos parece un hallazgo del texto de Cedó, escenificado acertadamente en la escenografia de Elisenda Pérez (que no duda en situar en un mismo plano la superficie lunar y la cocina), es ese posicionamiento a favor de un espacio común, de código o lenguaje universal. El que no tiene que encontrarse necesariamente cuando se toca de pies en el suelo, sino que puede integrar a ambos protagonistas en la misma órbita y hacerlos volar, por fin, juntos. Esta es la idea. El cómo, debe descubrirse con la asistencia a la Sala Flyhard. La pista, ver cómo el protagonista parece mirar siempre hacia otro lado.

L’HOME SENSE VEU es, sin duda, un espectáculo de esos que consigue desarmarnos mucho más allá de lo que pueda parecer durante el visionado. El poso que queda, días después, al asimilar el texto y las interpretaciones se traduce en una caricia que toca, certeramente, las teclas necesarias para desgranar todas las pistas que la utilería nos va desvelando progresivamente durante la función. La abnegación de Cervià i la mirada perdida (y encontrada) de un gran Jordi Subirà se instalarán en nuestra memoria permaneciendo, también, en su misma órbita. El texto es la trayectoria y cada espectador el cuerpo que recorre el espacio interior delimitado por esta tríada de astros (Cedó, Cevià y Subirats) que ejercen con su trabajo una virtuosa fuerza gravitatoria.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES