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22.12.2016 Críticas  
La alquimia del ballet de la mano de Julio Bocca

El Gran Teatre del Liceu devuelve a los escenarios el ballet COPPÉLIA con un envoltorio que pocas veces resulta tan compacto y adecuado en su puesta en escena como en la ocasión que nos ocupa. La brillante adaptación del cuento de Hoffmann “Der Sandmann” convirtió la noche del estreno en un delicado y mágico acontecimiento artístico.

La majestuosidad del escenario de la casa permite que el numeroso elenco pueda ejecutar la coreografía llenando completamente el espacio pero sin que se transmita la sensación de saturación del mismo. La convivencia de escenografía, movimiento y vestuario resulta feliz como en las mejores ocasiones. Tanto en la disposición horizontal como en la profundidad de campo el aprovechamiento dramático de la coreografía de Enrique Martínez es inmejorable.

La escenografía y el vestuario de José Varona resultan cómplices de excepción para que la versión de Martínez refuerce su teatralidad. En pocas ocasiones un espectáculo de danza sabe aprovechar la necesidad de desnudar el espacio escénico como sucede aquí. La belleza de los distintos telones se convierte en sinónima de la de las prendas que visten los bailarines. A destacar las de los muñecos del segundo acto, así como la convivencia en un mismo plano de los personajes corpóreos con los etéreos (Aurora y Plegaria). La sublimación de la sutilidad. La necesidad de la plasticidad. Además, Varona sabe cómo combinar elementos de un acto en el siguiente para multidimensionar el punto de vista evitando la linealidad. El taller del Dr. Coppelius sea quizá una de las escenografías más hermosas que hemos visto en mucho tiempo, sobretodo en su parte aérea (o flotante).

A su vez, la iluminación de Paulo César Medeiros proporciona las dosis necesarias de oscuridad, especialmente en el segundo acto, sin perder de vista el colorido imperante en toda la propuesta. El trabajo conjunto de ambos profesionales redondea el resultado final de esta puesta en escena.

Resulta tan injusto destacar a un miembro de la compañía como no nombrarlos uno a uno evidenciando su excepcional aportación individual al grupo. María Riccetto triunfó como Swanilda, igual que Gustavo Carvalho con su Franz. La compenetración entre ambos resulta absoluta, así como con el resto del elenco. Los fouetté con los que culminan algunas de sus intervenciones consiguen dejar al respetable sin respiración. A destacar también el preciso y (precioso) trabajo de Ignacio Macri, Oscar Escudero, Luiz Santiago, Lucas Moya, Romina Grecco y Jennifer Ulloa como los distintos muñecos que intervienen en el segundo acto. Por supuesto, La Coppélia de Fátima Quaglia, además de una excelentes Vanessa Fleita como Aurora y Gabriela Flecha como Plegaria. El “Vals de las horas” del tercer acto sea quizá la culminación del éxito como compañía. En este apartado, la labor de Daniel Galarraga como Dr. Coppélius hereda en su composición la aproximación teatral de la pantomima, siendo su coreografía la menos ortodoxa, así como su movimiento entre los demás personajes. Muy buen resulta su complicada labor.

La dirección musical de Martín García consigue que la magia de lo que sucede en escena culmine su máxima manifestación escénica. La ejecución de la composición de Léo Delibes es ajustadísima y adquiere todo el protagonismo necesario con una compenetración milimétrica para vestir cada secuencia coreografiada. Estamos acostumbrados a la adecuación de música y voz, pero cuando su compromiso con el trabajo corporal es tan complementario, la sacudida emotiva se convierte en catarsis en varias ocasiones, engrandeciendo si cabe el libreto de Charles Nuitter.

FInalmente, la visita del Ballet Nacional Sodre atestigua el talento de Julio Bocca como director artístico. No sólo por la arriesgada elección de un título conocido y representado en numerosas ocasiones desde 1870, sino por situar la pantomima en el escalón dramático y estético que le corresponde. Sin ninguna ademán condescendiente, COPPÉLIA se interpreta con una frescura insólita y una técnica que sabe esconderse entre la delicada sensibilidad de esta brillante compañía de la que tanto los solistas como el resto del elenco brillan con luz propia. Sin duda, Bocca sabe cómo pasar el testigo de su aprendizaje profesional con una generosidad que ante nuestro ojos resulta ilimitada.

Crítica realizada por Fernando Solla

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