Ni más ni menos que 33 años de antigüedad tienen los Red Hot Chili Peppers y un enorme poder de convocatoria que congrega diferentes generaciones. La fecha era en el Palau Sant Jordi, con las localidades agotadas desde el mismo día en que salieron a la venta y un disco que no ha convencido ni a la crítica ni a los fans.
La banda californiana viene con la excusa de presentar su undécimo disco tras dos años de descanso: “The Getaway”, y durante el concierto tocarán algún tema nuevo, pero no tantos como debería esperarse. Una escenografía cuidada con unas pequeñas luces que bailan por encima de las cabezas de los asistentes y unas gigantescas pantallas en el escenario le dan a todo el concierto el look de rock stadium sin olvidarnos de que los Red Hot ya están por encima de todo eso y que los artificios quedan en un segundo plano cuando de ellos se trata.
Puntuales a su cita, los Red Hot Chili Peppers van engranando uno tras otros sus temas más conocidos. Al ritmo de Can’t Stop, el respetable empieza a calentar tras unos teloneros que no supieron conectar con el público y poco a poco la temperatura del Palau va subiendo. Si de algo pueden presumir, es de contar en sus filas con unos músicos experimentados y técnicamente impecables. Y no es para menos: Flea aprovecha cualquier oportunidad para hipnotizar con su manera de tocar el bajo. Especial mención a Josh Klinghoffer, guitarrista titular tras la marcha de John Frusciante, que se hace un digno espacio en el escenario y está a la altura de las circunstancias a pesar de que los críticos no dejen de compararlo con su predecesor. Chad Smith, a la batería, dándolo todo y regalando baquetas a diestro y siniestro.
A Dani California le sigue Scar Tissue y todo el público desenfunda el móvil para grabar este momento y mantenerlo para la posteridad. Todos a una, tararean una de aquellas maravillas que quedaron en ‘Californication’ y Klinghoffer pasa de puntillas por ese solo de guitarra que todos hemos tarareado alguna vez, probablemente para no dar más alas a aquellos que se empeñan en compararlo con Frusciante.
Saltamos a una novedad: una correcta Dark Necessities y, tras ella, empezamos a saltar con Hard to Concentrate y Right on time. Anthony Kiedis y Flea saben bien cómo animar al público durante el concierto haciéndolo saltar y bailar mientras ellos patean y corren de un lado a otro de manera frenética mientras interpretan un tema tras otro.
Otro bailable del nuevo disco: Sick love, seguida de Did I let you know y Go Robot. Y entre canción y canción, Kiedis y Flea se toman la libertad de hacerse bromas entre ellos y dirigirse al público en un español como ese al que estamos acostumbrados a oír cuando paseamos por las Ramblas: “¿cómo está Cataluña?” e incluso bromean sobre sí mismos preguntándose si ya están desnudos o no (el exhibicionismo al que nos tienen acostumbrados no fue más allá de tocar sin camiseta).
Y llega otro de esos temas que se ha convertido en todo un himno para muchos: empieza Californication con un Kiedis desafinado al que nadie le da más importancia: “first born unicorn, hard core soft porn, dream of Californication” y el Palau entero canta a una.
Si por algo se caracteriza la carrera de los Red Hot es de haber tenido altos y bajos y haber tocado muchos palos al mismo tiempo, la mayoría de las veces con mucho éxito. Y así pasean por sus 33 años de carrera musical, como el que pone en marcha un radiocasette que ha ido grabando a lo largo de los años, de repente saltamos a Suck my kiss, Soul to squeeze y acabamos la fiesta con una apoteósica By the way con vasos de cerveza volando y mucha locura en lo alto del escenario.
Tras un bis, aparece Flea, a sus 53 años, cruzando el escenario haciendo el pino y poco a poco aparece el resto de la banda para entonar los últimos temas antes de despedirse de la noche barcelonesa. Una canción llena de matices del último disco, Goodbye Angels, es la elegida para empezar la segunda parte del concierto, que tras unos solos de guitarra y bajo técnicamente impecables, da lugar a la última canción del concierto, que no podía ser otra más que Give it away.
Un concierto más corto de lo que se podría esperar y con algunas canciones míticas que no han sido tocadas (todos tenemos nuestra preferida, claro), nos vamos con una sonrisa de oreja a oreja, esa que se te queda cuando ves a alguien disfrutar de esa manera en lo alto del escenario. Y que no pasen los años, porque ellos seguirán dando guerra y reuniendo generaciones para cantar himnos de las dos últimas décadas.
Crónica realizada por Bea Garrido