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02.07.2022 Críticas  
Me voy para volver

Nada como un monólogo para comprobar la capacidad creativa y comunicativa de autores e intérpretes. Reto que solventan de manera sobresaliente Alejandro Ricaño y Diego Luna en Cada vez nos despedimos mejor en las madrileñas Naves del Español.

El amor va y viene combinando la irregularidad de la línea recta con el imperativo del círculo. De ahí que cada una de las historias que vivimos sean únicas a la par que un extraño calco de otras, paradójicamente protagonizadas por nuestros mayores. Eso es lo que les sucede a Mateo y Sara, nacidos ambos el 31 de diciembre de 1979 y desde entonces con destinos vinculados tanto por su deseo como muy a su pesar. Escuchar a Marcos cuanto les ha sucedido, unido y separado, sirve, además, para comprobar como todos somos metáfora, causa y consecuencia del lugar y el sistema en el que vivimos. México en su caso.

Y aunque colateral, ese es uno de los valores de esta función. Escuchar un acento y unos modismos diferentes al del castellano que hablamos en nuestra tierra. La escritura de Alejandro y la retórica de Diego provocan una musicalidad y sensualidad que atrapa desde el primer segundo de representación. Más aún con la propuesta de Luna de presentarse al público antes de convertirse en su personaje. Rompe el hielo de la formalidad escénica y se gana a la platea. Un logro y un desafío, porque eso supone estar al nivel de las expectativas causadas por su empatía. Y lo consigue. Sus setenta y cinco minutos de narración, interpretación y representación son una completa demostración de capacidad y saber hacer.

Con una escenografía e iluminación sencilla, diseñadas por Matías Gorlero, pero muy bien manejada esta última para que acompañe los cambios de registros, tono y tramas argumentales de su exposición. Lo personal combinado con lo político, lo anecdótico como espejo de lo contextual, los puntos de inflexión como síntoma del empecinamiento del destino. El texto de Alejandro Ricaño se centra en un testimonio personal y una línea biográfica, en ciudadanos tan individuales y anónimos como cualquier otros. Pero les dota de una capacidad de acción que los convierte en ejemplo y posibilidad de lo que supone haber sido mexicano en las últimas décadas.

Propósito conseguido de una manera fina y aguda combinando la precisión de los datos sobre asuntos políticos con la acidez y socarronería con que son traídos a colación. Momentos con los que Diego Luna nos hace sonreír para metabolizar lo que Marcos siente, padece, imagina e ilusiona en el ir y venir de su relación con Sara. Matices y ambientes en los que está muy bien complementado por la partitura de Alejandro Castaños y Darío Bernal que este último interpreta en directo sobre el escenario. Notas que subrayan, acrecientan, detallan y concretan las emociones y sensaciones que dan forma a los recuerdos con que se construye una vida, se elabora un relato y se transmite a quienes están dispuestos a escuchar como Cada vez nos despedimos mejor. Un adiós, un hasta pronto o un hasta luego con el que Ricaño nos convence y Luna nos encandila.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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