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14.12.2021 Críticas  
Repetir para entender

Los Remedios llega al Teatro Lara de Madrid con su Premio Max a la Mejor Autoría Revelación de este año bajo el brazo demostrando el porqué de su éxito entre público y crítica desde que Fernando Delgado-Hierro, Pablo Chaves y Juan Ceacero la estrenaran meses atrás.

La expectación minutos antes de que comenzara la función a las 20:30 horas este pasado domingo en la cola para entrar en una de las salas con mayor solera e historia de la capital era máxima. Alboroto y murmullos en un patio de butacas sin un asiento libre que desaparecieron en cuanto se subió el telón y se apagaron las luces y comenzó, ipso facto, el magnetismo que Fernando Delgado-Hierro y Pablo Chaves transmiten con su sola presencia. Una escenografía sencilla, firmada por Paola de Diego (también responsable del vestuario), y ellos dos. Los Remedios se presenta como teatro puro, texto y cuerpo, palabra y figura.

Tras una breve introducción en la que dan las claves de esta autoficcion escrita por Fernando, él mismo y su amigo y colega Pablo pasan a encarnar el espíritu, los caracteres y una serie de situaciones que resumen los tópicos y los tipismos del barrio sevillano en el que se criaron. Las abuelas, las madres y los padres. Las reuniones familiares, las celebraciones escolares, los juegos adolescentes y el descubrimiento de las pulsiones sexuales. La religión, la fiesta y el calor. Personajes similares a cualquiera otros que hayamos conocidos como síntesis y caricaturas de lo sevillano y lo andaluz, pero aún así originales y únicos, divertidos y lúdicos por la sencillez con la que están escritos y la naturalidad hiperbólica y descacharrante con que son encarnados.

El dominio de su gestualidad y movimiento y la capacidad expresiva de sus rostros y voces que derrochan Delgado-Hierro y Chaves resulta un festival de lo que un actor es capaz de hacer, transmitir y provocar en su espectador. Goce, disfrute, regocijo. El trabajo orquesta, tras el que está la dirección de Juan Ceacero, les hace convertirse en un torbellino de acción y folklore en el que la tónica es el ritmo y el uso preciso de los tiempos. Pero no confundir su sencillez con simpleza sino con sinceridad. No hay nada en su miscelánea de realidad, recuerdo y evocación que no rezume verdad o posibilidad de haberlo sido. Pasada por el filtro socarrón de quien es capaz, más que de reírse de sí mismo, de ser benigno y generoso consigo mismo, de quien se siente orgullo de quien es y de dónde viene.

Los Remedios es puro producto exlímite, basta recordar Cluster. Acción y texto. Vida y actuación. Da igual si lo que relatan sucedió o no tal y como lo representan. Lo importante es que pudo ocurrir así porque suena a sentido y hecho con el corazón, y montado para ser captado y procesado desde ahí. Por eso su puesta en escena engancha, porque no tiene como prioridad la excelencia técnica o la brillantez estética, sino llegar, conectar y vincular. Aún así, esto no quita para que arriesgue, como lo hace en su último acto, mutando de lo narrativo a lo espiritual y arme con brillantez una visualización carnalmente barroca perfectamente orquestada por la iluminación de Juan Ripoll y los audiovisuales de Majo Moreno. La gota que colma el vaso, la guinda del pastel y el punto en boca que culmina en espectadores en pie y varios bises de aplausos.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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