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15.03.2021 Críticas  
Matrioska Iraizoz

Una autoficción kaufmaniana de Ion Iraizoz ha llegado a Madrid a Nave 73, Beautiful Stranger, para mostrarnos a todos los nombres que habitan dentro de Ion Iraizoz; un autorretrato poliédrico con poco de existencialismo y mucho de red de cuidados hacia su aitas.

Beautiful Stranger es una pieza del mismo Ion Iraizoz que se autodirige, junto a Gloria March y Juan Paños, que podrían ser una señora de Móstoles embarazada y un mariachi que pasaban por allí, dos habitantes más de la mente de Iraizoz, si no hubiese constancia de que son dos personas físicas y externas a su cuerpo. El germen de este proyecto ya pude disfrutarlo unos meses atrás, pero lo que allí me pareció una entidad incorpórea con un gran potencial, aquí ya cobra forma y se convierte en un proyecto “tangible” gracias a un espacio escénico que nos sitúa en esa sala madrileña en el último martes antes del cumpleaños de Ion, y al espacio sonoro de José Pablo Polo, ambientando ese espacio virtual y físico de la cabeza de Ion Iraizoz.

Tras haber conocido «Todos los nombres», Beatiful Stranger me permite conocer ya al propio Ion Iraizoz, el cual ha decidido jugar menos al multiverso y más al psicoanálisis. El juego multimedia que plantea la dramaturgia y su perfecta cohesión en el conjunto de la pieza es un claro acierto, y precisamente ese juego de espejos y pantallas teatral es la gran baza de Beautiful Stranger. Sentado en Nave 73 me vino esta vez a la mente «La realidad» de Denise Despeyroux y Fernanda Orazi, por plantear ese juego al espectador de enfrentarse a un actor dividido en el espacio, y representando en dos planos temporales y de formato. Ion Iraizoz ha trabajado de una forma espectacular este desdoblamiento, que podría correr el riesgo de caer en el ridículo pero el timing de las (auto)réplicas es el preciso y necesario.

Echo en falta el encuentro en los baños del cumpleaños y los cursos de verano con Marina Abramovic, pero Beautiful Stranger es tan compleja en el foco a tratar como la propia psique de Iraizoz, y puede ser una pieza que se desdoble en múltiples versiones de si misma; tantas réplicas dramaturgicas como quepan en la mente de su creador, y que se desplieguen ante el espectador cual muñeca rusa. La mirada externa de Íñigo Rodríguez-Claro al igual que las inquietudes del propio Iraizoz la vislumbro claramente a través de esa cortina dorada que separa realidad de la increíble potencia creadora de Ion Iraizoz.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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