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23.12.2020 Críticas  
Carretera y manta

La Sala Max Aub de las Naves del Español en Matadero se llena de la mística realista que rezuma el texto del uruguayo Sergio Blanco. El salto de Darwin, dirigido y adaptado por Natalia Menéndez es un viaje familiar catártico entre claroscuros.

Año 1982, una familia recorre la Ruta Nacional Nº 40 que recorre Argentina de norte a sur. El propósito del viaje es depositar las cenizas del hijo de la familia fallecido en una batalla en Puerto Darwin, en el fragor de la guerra de las Malvinas. El coche lo habitan el padre, la madre, la hermana y el novio de esta. Miles de kilómetros en varias etapas, acampando en una caravana. Por las noches, el fantasma del hijo fallecido aparecerá. En una de las etapas del viaje se unirá Kassandra, un transexual que fue novia del fallecido. El viaje se complicará, y la perversión de la historia quedará en el ambiente. La frialdad del glaciar, destino final de las cenizas se apoderará de la familia.

Los textos de Sergio Blanco se caracterizan por esa aura de auto ficción, donde el mundo místico y onírico se mezcla con la realidad sin una línea divisora. El viaje de esta familia retratada en El salto de Darwin tiene mucho de realidad, y se puede tomar la historia de manera plana, sin buscarle mayores lecturas, aunque resulta más gratificante intentar buscarle una segunda o tercera lectura a los hechos que se relatan. Las conclusiones pueden ser de lo más perversas e inquietantes.

La escenografía de Monica Boromello cumple a la perfección y nos muestra el vehículo, la carretera, la caravana. En esa escenografía viaja la familia. El cabeza de la misma es Jorge Usón, quien tiene un papel de esos que le viene como anillo al dedo. Un padre bonachón, que cuenta anécdotas y chistes, pero que tiene más de un doblez. Lo defiende Usón sin problema y con credibilidad. Goizalde Núñez es la madre, quizá el personaje más complejo de la trama. Una madre que intenta a su manera pasar página de la terrible muerte de su hijo. Un personaje que transita entre la comedia y el drama y que Goizalde defiende con maestría. Olalla Hernández es la hermana del fallecido y quizá un personaje algo irritante. La decisión de sus monólogos de frente al público son reiterativos y no fluyen como se desearía. Juan Blanco es el novio, y compone un personaje ajeno a la familia. Está correcto Juan, aunque una vez más todo el monologo sobre Darwin y la evolución no le ayuda. Hay que destacar el trabajo de Cecilia Freire como Kassandra, un personaje detonante del desorden. Hace Cecilia un inmenso papel de transformación y es altamente magnética. Teo Lucadamo es el espectro del hijo fallecido que de noche deambula y canta. No juega a su favor el aspecto que le han querido dar, aunque escucharle interpretar algunos míticos temas de los ochenta es de los más emotivos de todo el montaje y una mejor iluminación en sus intervenciones desde lo alto de la caravana se habría agradecido.

Hay una sensación de puzzle mal encajado en toda la propuesta. Tenemos muy buenas piezas, pero creo que las decisiones de dirección no han conseguido que el resultado sea redondo. Es cierto que el texto no lo pone fácil, las posibles lecturas del verdadero propósito de ese viaje, se intuyen pero nunca son certeras.  Algo deja sensación de inacabado en el conjunto. Visualmente funciona, actoralmente también, pero la resolución no termina de ser redonda. Yo me quería emocionar y al final me quedé vacío. Puede que ese sea la sensación buscada, pero creo que me perdí algo en el largo viaje.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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