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10.10.2018 Críticas  
Zaza is here to stay

El Teatre Tívoli recibe la llegada de La Jaula de las Locas y un huracán de plumas, colorido, entusiasmo y energía sacude la ciudad de Barcelona. El musical de Jerry Herman y Harvey Fierstein por fin sube a nuestras tablas y bajo el liderazgo de Àngel Llàcer disfrutamos de una producción muy cuidada que convierte el espectáculo en una gran fiesta.

Una versión que compagina las virtudes del original con algunos rasgos propios y en la que, por encima de todo, prima la diversión. La traducción y adaptación de Roser Batalla y Roger Peña son fieles al libreto de Fierstein y rinden muy buen tributo a las letras de Herman. Lo mismo que consigue Manu Guix con respecto a la música. Esto es primordial para el éxito de la propuesta. La esencia esta ahí y lo ha entendido muy bien Llàcer, así como la necesidad de trasladar el entusiasmo que se respira en el escenario al inmenso (y felizmente abarrotado) aforo del teatro. Una historia amable de la que se valida tanto el mensaje como la vigencia de su reivindicación y que consigue que no apartemos la vista de lo que sucede en escena o en el patio de butacas y que la velada se mantenga sin apenas altibajos.

Recuperando algunos detalles del original como que entre el elenco de «pajaritas» convivan hombres y mujeres, se amplifica el juego de descubrir quién hay bajo el vestuario de Míriam Compte y el maquillaje de Aileen Layos y Noemí Jiménez. Las tres dan en el clavo y hacen convivir lo gay y deslumbrante con lo apocado de la caracterización de los personajes más añejos. Llàcer utiliza todos estos recursos para la creación de los distintos personajes, también para el suyo. En este terreno ha dotado a la función de un equilibro muy destacable, otorgando a los números musicales el protagonismo que merecen pero incidiendo también en las situaciones más cómicas y enternecedoras, amplificando «out loud» y sin tapujos el alegato, la dignidad y satisfacción de ser y mostrarse con una actitud tan alejada de la heterosexualidad como sea posible, es decir como se sienta.

Nadie tiene derecho a empañar la felicidad de nadie y esto aquí queda muy claro. El director ha decidido no ser esclavo de ninguna franquicia y si bien la producción tiene su origen en la que nació en la Menier Chocolate Factory de Londres en 2008 (que se amplió para el West End y Broadway), también lo es que, especialmente en el segundo acto, la aproximación, caracterización y tono son expresamente genuinos. Marca de la casa pero casi siempre teniendo en cuenta el material de partida. Cierto es que hay algunas concesiones y salidas de guión, especialmente cuando se trata de romper la cuarta pared o en el segundo tramo pero ver a Zaza/Llàcer interactuar con el público es algo que merece la pena incluir y que se disfruta en todo momento.

La escenografía de Enric Planas sirve muy bien a la propuesta. Los cambios de localización se suceden con ritmo priorizando siempre lo que sucede en La Cage, donde la espectacularidad bien entendida y el buen gusto para vestir los números musicales destaca y se adecúa a la naturaleza de los personajes y el ambiente evocado. El diseño de iluminación de Albert Faura incluye muy acertadamente tanto lo que sucede en escena como en el patio de butacas, facilitando la ruptura de la cuarta pared. Realmente consigue una intensidad óptima para cada momento, ya sea individual o coral, y sabe cómo dirigir la mirada del espectador. El diseño de sonido de Roc Mateu es simplemente perfecto. Música y voces adecuadamente amplificadas y en el plano preciso en todo momento, así en el texto como en las canciones. Todo fluye de un modo ejemplar y con el que nos gustaría encontrarnos más a menudo. Algo que muestra la valía de la dirección musical de Guix defendida con maestría por el imparable Andreu Gallén y una magnífica orquesta de 14 músicos. Los temas musicales (cantados e instrumentales) brillan y hacen brillar también a los intérpretes. Detalles como los descritos en este párrafo son los que hacen grande a una producción que sabe utilizar sus recursos.

Las interpretaciones de toda la compañía inciden en lo cómico, incluso bufonesco, y cada intérprete sabe adaptarse al tono ideado para su personaje. Incluso cuando la mofa es a su cosa como en el caso del político absurdamente homófobo interpretado por José Luis Mosquera. Nos gusta encontrarnos con intérpretes como Mireia Portas, Anna Lagares, Víctor Gómez, Roc Bernadí o un divertidísimo Ricky Mata y comprobar y certificar cómo se mueven como pez en el agua en el gran formato. Lo mismo para todos los integrantes de La Cage y el resto del elenco (que hacen brillar las coreografías de Aixa Guerra). No ocultaré una duda que me surgió al conocer que Àngel Llàcer e Ivan Labanda se convertirían en Albin y Georges. Sin dudar en ningún momento de sus aptitudes para enfrentarse a este reto, sí que pensé que la edad de los intérpretes no coincidía con la de los personajes (o con la que habitualmente se suelen representar). Duda esfumada tras su primera aparición en escena.

Ambos captan y transmiten la tierna relación de la pareja protagonista y la comicidad que desprenden es indiscutible (ahí queda su «Virilidad» del segundo acto). Apoyados de nuevo en una muy buena caracterización los dos despliegan recursos, energía y talento para que les acompañemos en esta fiesta. Ivan defiende a George a partir de una compostura estilosa y bromista al mismo tiempo y destaca por el uso de su voz, tanto en las canciones como en el texto. Ya pasaba en el original, y así debe ser, que Albin sea el centro de la función. Y Àngel toma las riendas y consigue un triunfo sensacional. Más Liza que nunca (¡qué gran acierto!) brilla en todo momento. Cómo es capaz de deleitar a más de un millar de personas por función es algo impresionante. Nos tiene en la palma de la mano gracias a su interpretación, baile y canto. Una composición arrolladora, divertida y conmovedora cuando corresponde y que defiende sus himnos como nadie. El final del primer acto con «Soy lo que soy» es espectacular y consigue que el teatro casi se venga abajo. Ahí intuimos que el apoyo en la dirección de Daniel J. Meyer y Marc Montserrat-Drukker (muy buenos directores de intérpretes) ha surtido efecto. Una standing ovation en toda regla.

Finalmente, La Jaula de las Locas nos contagia esa joie de vivre que se respira solo subirse el telón y que se mantiene durante toda la representación. Un buen trabajo de toda la compañía que abraza al de una pareja protagonista que se aviene a la perfección y sabe anteponer los personajes al jolgorio sin renunciar nunca al cachondeo, y manteniendo la emoción y el alegato. Zaza es un personaje icónico. Por su concepción, por las canciones asignadas y por la ternura que rezuma bajo el maquillaje y la efervescencia deslenguada. La nuestra cobra viva gracias a un Àngel Llàcer pletórico y con el que estamos muy contentos de encontrarnos en esta puesta en escena. Ahora, solo un aviso: Zaza is here. And it’s here to stay.

Crítica realizada por Fernando Solla

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