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20.04.2018 Críticas  
Sentido e inclasificable retrato

La Sala Fènix se convierte en particular altar de una de las artistas con mayor influencia biográfica en su obra. Frida Kalho (viva la vida) nos sitúa en un Día de Muertos. En su casa. Allí seremos bienvenidos a compartir la espera, las evocaciones y reflexiones sobre distintas personalidades y lugares que, de algún modo, intervinieron en su devenir vital.

No se podía haber elegido mejor ubicación para situar la escena. La que fue la primera artista mexicana en ver cómo el Museo del Louvre adquiría un cuadro suyo no disfrutó del reconocimiento internacional del que goza hoy hasta más de una década después de su muerte. Esta celebración favorece nuestra sensación de permanecer entre la espera, la vigilia y el tránsito. Quizá incluso compartiremos patio de butacas con Trotsky o Rockefeller, ¿quién sabe? En escena, el altar y dos cuadros: “Retrato de Diego Rivera” (1937) y “Naturaleza muerta: viva la vida” (1954). Todo en medio de la decoración icónica de la efeméride. La escenografía de Teatr3s con colaboración de Mexcat se convierte en seña de identidad de la propuesta y recoge muy bien su posicionamiento en el no-tiempo y no-espacio que muy bien podemos identificar como la consciencia del personaje. Esa mezcolanza de experiencias vitales, sufrimiento, inspiración y obra que tan bien define al personaje. La importancia del amor que sentía por Rivera y cómo este sentimiento condicionó su vida y, por tanto, su obra.

El diseño de luces de Lupillo Arreola aporta la intimidad necesaria para dotar de verosimilitud a tan improbable encuentro a la vez que apuesta por enfocar y priorizar en primer plano de atención las obras pictóricas en momentos concretos y puntuales. Esto no es una casualidad. Es un recurso dramático sencillo pero muy esclarecedor y acorde con la dramaturgia de Humberto Robles y la dirección de Carles Solsona. La coexistencia entre la época en la que vivió la artista y la actual es posible por las implicaciones expiatorias que sobrevuelan el ambiente. El vestuario de Margarita Hernández connota tanto los detalles folclóricos como los más particulares de la protagonista sin circunscribirlos a un tiempo concreto y propiciando la experiencia en primera persona.

Primera persona del plural. La interpretación de Marisol Salcedo resulta imprescindible para que todo se mantenga en esta línea que describen todos los implicados en la propuesta. La protagonista vivió una época dura y una secuencia de acontecimientos todavía más agrestes. El trabajo físico de la actriz es tan destacable como su enérgica y matizada aproximación a texto y personaje. El juego que se establece entre lo que dice en voz alta y lo que expresa con su mirada es muy emocionante. Optimismo y ganas de vivir no exentas de un potente drama interior. Naturaliza al personaje real desde el primer momento y se lanza con valentía y acierto a transmitir toda su complejidad y vitalidad para compartir con nosotros hasta el más mínimo detalle. La vemos a través de sus ojos, que también son un espejo donde se refleja todo el dolor y la angustia de Frida. Su trabajo se podría resumir en el cuadro nombrábamos más arriba. “Naturaleza muerta: Viva la vida”. Mirada premonitoria versus actitud axiomática. Muy buen trabajo.

Salcedo es embajadora de lujo de un texto que fue escrito hace dos décadas pero que, por el retrato que hace de un personaje concreto a partir de su propia manifestación artística, podría haberse escrito hoy mismo. La sabiduría para dominar los entresijos del monólogo supera las características de cualquier espectáculo unipersonal al uso. A partir de cartas y demás textos escritos por la propia Kalho y títulos de sus obras o extractos de su diario, Robles sorprende por la veracidad que imprime a todo el conjunto. La literalidad se valida precisamente a través de su relevancia dramática, que el autor ha sabido extraer, conferir y mantener. Cómo incluir los distintos fragmentos sin que se vean las puntadas entre retales y dotando de una unidad inquebrantable a todo el conjunto sería el mayor logro de un texto que, además, nos presenta a un personaje que nos habla directamente y que se erige como una personalidad dramática muy destacable. Solsona ha sabido captar todos estos detalles y trabajarlos con la actriz y todos los implicados hasta lograr que todo fluya con el ritmo y la intensidad deseados.

Finalmente, Frida Kalho (viva la vida) resulta un espectáculo que sabe situar al personaje por encima de todo y mostrar su recorrido escénico a partir del vital y en paralelo al de su propia obra. Robles, Solsona y Salcedo se alinean con sensibilidad y mucha destreza para sumergirse y navegar desde lo más profundo del sentimiento y desaparecer hasta convertirse no sólo en emisores sino también en canal y código de lo que quieren contar. Una pieza que supera fronteras genéricas y se convierte en firme transmisora del inclasificable estilo artístico de Kahlo y que al mismo tiempo capta como éste se mostraba en paralelo a su acentuada personalidad. Potente autorretrato dramático.

Crítica realizada por Fernando Solla

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