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03.04.2018 Críticas  
Humor negro, como la piel del toro

El acoso, tanto a nivel laboral como escolar, siempre ha existido aunque de unos años para acá se le denomine con el término anglosajón “bullying”. Para las personas que lo sufren, o han sufrido, los daños emocionales como resultado son innumerables y las secuelas que se padecen tardan años en desaparecer, si es que alguna vez lo hacen.

Bullying proviene del término “bully”, que podría traducirse como maltratador o abusón, y que en una de sus acepciones se refiere a la “persona o animal que se convierte en terror para el débil o indefenso”. Por lo que es muy apropiado, a la par que se utiliza el juego de palabras, que en el Bull escrito por el británico Mike Bartlett se utilice la metáfora del toreo para representar el acoso que un trabajador de oficina recibe por parte de sus dos compañeros.

La compañía de teatro barcelonesa Sixto Paz, en coproducción con La Villarroel, se encarga de sacar a la palestra este tema, usando el texto de Bartlett (que traduce Adriana Nadal), y que dirige Pau Roca con la ayuda de Victòria Pagès.

Bull es un golpe breve, pero mortal. Es una lucha de aproximadamente una hora del más débil para intentar defenderse de las estocadas punzantes y dolorosas de un par de toreros natos que mediante la palabra y el gesto hiriente y doloroso conseguirán desmontar, ¿qué digo desmontar?, hacer pedazos a un pobre “animal” que solo quiere sobrevivir. ¡Ah! Y Bull, además, nos hace reír. Sí, esa risa nerviosa e incómoda de saber que lo que estás viendo pasa, ocurre en realidad, y que a la práctica no tiene nada de gracioso. Pero sí, nos hace reír. ¿La clave para no sentirse del todo culpables? Que nos reímos de lo dramático con todo el respeto del mundo. Así aborda el tema Bartlett y así lo adapta Roca: con todo el respeto del mundo; pero con sentido del humor.

La sala Villarroel se convierte en una mezcla de cuadrilátero de boxeo y plaza de toros. Nos reciben unos vendedores de chucherías y programas de mano que comienzan a amenizar la función, y nos preparan para la “faena” que nos disponemos a contemplar. Cuatro actores aparecen y saludan al respetable que ya están sentados en las gradas, y arranca la función. Tres compañeros esperan para tener una reunión con su jefe y saber cuál de los tres ha sido elegido para dejar el trabajo. Tony, el macho alfa, Isobel, una apisonadora y Thomas, un pobre diablo sería la definición que les asignaría. Y con eso, el resultado creo que es más que evidente.

Joan Carreras, Mar Ulldemolins y Marc Rodriguez dan vida a esos roles respectivamente. Y David Bagés es el jefe que se suma al bando del más fuerte. El casting no ha podido ser mejor. Cada aspecto ha sido mirado con esmero: la edad, la complexión física y hasta la expresión facial de cada actor. Las interpretaciones de todos consiguen la elevada intensidad y la tensión que debe generar cada momento. Y cuando el texto provoca las risas en el espectador, todos aguantan con entereza. La sencillez de la escenografía deja lugar a que el diálogo adquiera toda la fuerza. Y el vestuario, donde tres de ellos llevan algo rojo y otro solo se rige por los oscuros, nos va indicando como va acabar la situación. El trabajo de iluminación en la última escena, donde Isobel remata la “faena”, consigue dar también la estocada final al “voyeur” que mira y no hace nada. Porque, señores, no nos engañemos. Esto pasa en la vida real. Muchos miran y prácticamente nadie hace nada.

Así que Bull te da (ya que estamos con los términos extranjeros) “food for thought”. Por lo que tras salir de La Villarroel te metes en el restaurante a cenar con una sonrisa de medio lado pero mientras sostienes la copa de vino, te dices a ti mismo: “Esto no debería de suceder. ¿En qué clase de terribles personas nos estamos convirtiendo?”. Una vez más el teatro entretiene, pero si uno quiere, también educa a los que quieren dejar ser educados. Hasta el 22 de abril siguen habiendo “corridas”. No se las pierdan. Afortunadamente en estas, no se maltrata a ninguna persona ni a ningún animal.

Crítica realizada por Diana Limones

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