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18.05.2016 Críticas  
Greg Miller es Elvis en Barcelona

Los imitadores de Elvis Presley y Las Vegas son un binomio indisociable. Greg Miller es, probablemente, el mejor, y por supuesto ha pasado más de 10 años actuando en el Stripe. Pero ahora se encuentra en Barcelona con su espectáculo ROCKKING, y el teatro Apolo se ha convertido en su trono.

Para hablar de ROCKKING y valorarlo en propiedad tenemos que referirnos a tres aspectos distintos. Para empezar, el propio Miller: la primera impresión que da es que se trata del mismísimo Rey del rock revivido. Él mismo se encarga de disiparla al poco de empezar el espectáculo: él es Miller y el espectáculo, un homenaje a Elvis y a sus canciones. Tras este momento de sinceridad, es en las actuaciones, en los gestos y a veces en la voz en las que vemos lo imposible, y en algunos momentos vuelve a parecernos que es Elvis quien se ha disfrazado de Greg. Hay incluso un duo entre ambos, “If I can dream”, muy emotivo, pero que pone en relevancia precisamente sus diferencias.

Miller repasa los hitos más importantes de la trayectoria de Presley con los cambios adecuados de vestuario (los más icónicos: el negro inicial, el dorado, el hawaiano, el blanco y el negro de sus últimos años) y de gestualidad: desde “That’s alright, Mama” hasta “Viva las Vegas”. Además, entre canciones nos habla en un castellano bastante bueno que aprendió de pequeño, y que le permite acercarse mucho a su audiencia, sin necesidad de intérpretes. Tiene mucho sentido del humor y es incluso travieso, jugando con las expectativas de los asistentes y sorprendiendo con otras canciones. Igual que jugaba Elvis.

En segundo lugar están los acompañantes de Miller: la banda de tributo a Elvis que actúa en directo durante todas las canciones (excepto “I can dream”) es de Barcelona y suena estupenda, y sólo en “A Little less conversation” (la original, no el remix de JLX) se echó en falta una sección de vientos. Incluso tuvieron un par de momentos a solas: la apertura instrumental con el “Johnny B. Goode” de Chuck Berry y el intermedio en el que se marcaron un riguroso “Ghost Riders in the Sky”.

También hay un elenco de baile encabezado por los coreógrafos Patxi Loperena y Antonio Fago. Producía sobretodo extrañeza: extrañeza porque excepto en contados momentos, como el “Jailhouse Rock”, “Viva Las Vegas” o los números hawaianos, no asociamos unas coreografías con la actuación del Rey; ese elemento aparte distrae, de entrada. Pero además, hay elecciones en las coreos elegidas un poco extrañas: ecos de “West Side Story” o “Grease”, que pueden pegar a veces con la época, pero no con la canción que ilustran. Sí sienta bien, por ejemplo, el estilo sexy que acompaña al “Fever” de Peggy Lee, y muy bonito el número de baile con cinta gimnástica que acompaña a “Suspicious Minds”.

Lo que es desconcertante es el tercer elemento: en los momentos que el elenco se cambia de vestuario, se apagan las luces y se proyectan imágenes del pasado, de Elvis y de su época. Hasta aquí, todo correcto: pero va acompañado por una narración en voz de María San Juan sobre una periodista que nos cuenta sus peripecias en paralelo a la carrera de Elvis. Una periodista de la que acabamos por no saber prácticamente nada, ni qué representa, ni tiene una historia que realmente se cierre o conecte con el espectáculo. Ahí habría que preguntar al director del espectáculo (Fernando Gonzalo, también productor) y de audiovisuales (David Barry) si no le falta algo, porque tal y como está, hace que el público lance un suspiro cada vez que se atenúan las luces.

Si bien la presentación española del espectáculo no es del todo redonda, el núcleo artístico del mismo, Greg Miller como Elvis, es absolutamente recomendable. Incluso si no está aún del todo conjuntado con el estilo del elenco de baile, en la mayoría de números, acaban por ser un complemento vistoso. Pero sin necesidad de gags constantes entre los bailarines: hemos venido a ver a Elvis, y con Greg Miller, Elvis está en el edificio.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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