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15.07.2022 Críticas  
In crescendo

La Compañía Nacional de Danza vuelve al Teatro de la Zarzuela de Madrid con tres coreografías de Hans Van Manne, Christopher Wheeldon y Alexei Ratmansky en perfecto maridaje de presencia, lirismo y narrativa con las partituras de Beethoven, Ligeti y Shostakovich interpretadas por la Orquesta de la Comunidad de Madrid.

El horror del calor estival queda olvidado cuando se apagan las luces del patio de butacas y surge sobre el escenario la blanca y minimalista iluminación diseñada por Joop Caboort en la que ocho bailarines atraen nuestra atención con su hipnótica presencia. Cuatro masculinos, vestidos inferiormente con una suerte de drapeada sobrefalda negra, y cuatro femeninas, con diseños color carne a modo de segunda piel. Primero ellos. A continuación, ellas. Y después por parejas y en conjunto despliegan un acoplamiento más físico que expresivo, más técnico que artístico, a las dos piezas de Beethoven con las que se funden bajo el título, ideado por Hans van Manen, de Grosse Fuge. Dos cuartetos de cuerda que inician una representación en la que la tónica es un ritmo in crescendo y una atmósfera de alegría y positivismo en la que el público va entrando progresivamente.

El ambiente crece con las partituras de György Ligeti sobre las que se apoya el segundo bloque de este recital, la Polyphonia concebida por Christopher Wheeldon. Hasta ocho composiciones interpretadas al piano por Mario Prisuelos, en las que otros tanto bailarines de la Compañía Nacional de Danza ocupan el escenario iluminado por Mark Stanley de una manera más orgánica y sentida, en la que su capacidad se hace aún más artística y provoca momentos de una honda y estética delicadeza. A destacar, especialmente, el Mesto, rigido e cerimoniale de Musica Ricercata que confirma con sus acordes cómo la emocionalidad del espectáculo, y la comunión del público con él, va a más.

Una certificación que llega con el concierto de Shostakovich y el culmen de coordinación, versatilidad y movimiento que alcanzan, en una perfecta coralidad extraordinariamente caracterizados por Holly Hynes, hasta diecinueve intérpretes. Las tablas del Teatro de la Zarzuela se convierten entonces, gracias al Concierto DSCH coreografiado por Alexei Ratmansky, y nuevamente con Mark Stanley como iluminador y Mario Prisuelos a la percusión, en un epicentro de alegría y felicidad, de positividad y buen humor, que cierra el programa tras haber llevado, con una cadencia muy bien medida, a sus espectadores a su cota máxima de sensibilidad.

Tres piezas estrenadas originalmente en La Haya en 1971 y Nueva York en 2001 y 2008, que la Compañía Nacional de Danza representó por primera vez en febrero de este año en el Palacio de Festivales de Cantabria (Santander) y, la última de ellas, en 2020 en el Teatro Real. Un montaje muy bien concebido por Joaquín de Luz al que se adapta con total naturalidad y excelencia la Orquesta de la Comunidad de Madrid dirigida por Manuel Coves. Suena a tópico, pero es así, un placer para los sentidos, un deleite para el alma y un recuerdo al que volver para constatar cómo el ser humano es capaz, por sí mismo, de crear y transmitir belleza.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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