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23.11.2021 Críticas  
Iréne Theorin brilla en el primer concierto sinfónico del LIFE Victoria

Algo nuevo y algo familiar: el primer recital de lied sinfónico del Festival LIFE Victoria, celebrado el pasado 20 de noviembre, ha contado con el regreso a Barcelona de una estimada conocida del certamen, la soprano dramática sueca Iréne Theorin.

El Auditorio AXA de L’Illa Diagonal fue el escenario ampliado para este primer acercamiento sinfónico del Festival LIFE. La Orquesta Sinfónica Victoria de los Ángeles (OSVA), dirigida por el maestro Pedro Pardo, arropaba así con sus cuerdas las interpretaciones de la soprano, y encaraba en solitario las piezas instrumentales del programa.

Este programa, dividido en dos mitades esencialmente simbólicas (ya que no hubo pausa), abrió con el «Arioso» de Jean Sibelius, a partir de un poema de Johan Ludvig Runeberg: en ese dulce lamento por un amor imposible, los crescendos agudos de Theorin contrastaban con una súbita y original inflexión dramática grave. Le siguió una suite instrumental luminosa, perteneciente al «Aus Holberg’s Zeit» de Edvard Grieg, con allegros que evocaban cabalgatas, dulces adagios con ecos de Vivaldi y una conclusión rítmica y vibrante, que la OSVA interpretó con tanta agilidad como compenetración. Theorin regresó para los lied «Gruss» (Saludo), «Zur Rosenzeit» (En tiempos de rosas) y «Ein Traum» (¡Un sueño!): en los dos primeros, la soprano cantó a la ausencia con un vibrante registro dramático. El «sueño» de Grieg, en cambio, sorprendió por su armonía más actual, y su progresión del misterio a la alegría, que Theorin expresó en brillantes crescendos.

Sin pausa siguió la segunda parte del concierto, con la «Suite para Cuerdas» de Carl Nielsen. Tras un comienzo atípico, lento y grave, el tono y ritmo se fueron elevando hacia un amanecer sonoro. Le siguió un alegre vals que combinaba pasajes clásicos con ecos modernos similares a Debussy (Nielsen era coetáneo), una pieza difícil en la que la orquesta demostró de nuevo su gran compenetración. La ausencia instrumental de metales o percusión se compensaba con recursos como los ingeniosos punteos de las violas. La suite concluyó de manera clásica: un adagio que se tornaba súbitamente rápido y brillante, vibraba amenazante en los chelos y volvía a crecer en las violas y violines, como las fases de una tormenta… ¿de verano?.

Pasando de los compositores nórdicos a los alemanes, llegaba entonces el plato principal del programa, el ciclo «Wesendonck Lieder», con nombre y apellido contundentes: Richard Wagner. Más allá de sus óperas, el compositor alemán tejió también una red de obras más pequeñas en las que practicaba otros intereses y ensayaba conceptos. Estos 5 lieder comenzaron don «Der Engel» (El ángel), una canción grave y dulce sobre un ser angelical que alivia las penas, con ciertas influencias operáticas que han llegado más adelante a la música de cine. En «Stehe Still!» (Deteneos) el autor pide al tiempo, al cosmos y al mismo destino que se paren para dejarle disfrutar de su amor. Pese a la altura cósmica de sus peticiones, la voz de Theorin corría alegre, brillante, con ritmo, descendiendo junto a las cuerdas a momentos de descanso graves y dulces, culminando también con brillo pero con tranquilidad.

En el tercer lied, «Im Treibhaus» (El invernadero), Wagner habla con las plantas de un jardín interior planteando su desarraigo, la tristeza de estar lejos del hogar, de la soledad. Es un tema lento, dulce y melancólico, señalado por las cuerdas graves, hasta que al final estalla de nuevo la potencia de la soprano dramática, para terminar en un difícil agudo pianissimo y dulce, muestra de la maestría de Theorin. El arranque triste para llegar a un final brillante se repite, con otra estructura musical, en el cuarto lied «Schmerzen» (Dolor), donde Wagner clama, en voz de la soprano: «Si el sol muere y renace, he de sacar fuerzas del dolor». Y para acabar, tras tantas canciones de tristeza (inevitable o superada), una sorpresa: «Träume» (Sueño), un tema lento, intimista, con cuerdas de brillo alegre y dulce, donde el artista tiene un sueño dorado que contrasta con… una realidad aún mejor. Su ángel, al parecer, está con él. Aquí Theorin ejerce casi todo el rato de mezzo, con un crescendo a soprano clásica, y decrece para esconder un placer callado, oculto, privado…

Finalizó el soberbio recital con 3 arias excelentes fuera de programa, la última de ellas a capella, una muestra más de la generosidad de Iréne Theorin y que constataron la complicidad entre la soprano y el público.

Crítica realizada por Nieves Gálvez y Marcos Muñoz.

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