El Teatre Akadèmia consigue un gran triunfo de la temporada con La venus de les pells. La propuesta de Guido Torlonia sirve tanto al espíritu del original de David Ives como a la actualidad más categórica e irrebatible. La pareja escénica formada por Raquel Ferri y Rubén de Eguía mantiene química y pulso, tanto entre sí como con el texto, con pasmosa y grandiosa locuacidad.
Dimorfismo. Si existe una obra de teatro que lo desarrolle de un modo completamente transversal, sin duda, esta es La Venus de les pells. Una certera invectiva que satiriza sobre este concepto aplicándolo no solo (sino también) a la cuestión de género dentro del ámbito artístico, a la ejecución del poder/sumisión en función del rol defendido en una propuesta escénica y, sobretodo, a las variaciones externas entre autor frente a obra. Una fábula reversa en la que las diferencias entre hembra y macho de la «misma especie» serán detonadas en forma de aparente e improvisado ensayo teatral con una fuerte impronta de la erótica del poder. En este contexto, Torlonia ha captado todas las capas del texto y ha trabajado especialmente bien esta constante ruptura de la «realidad de la ficción» hasta convertirla en seña de identidad y una actitud totalmente naturalizada tanto en el desarrollo narrativo como en el de los personajes.
Realidad y ficción. Nos encontramos ante la que probablemente sea la puesta en escena más cercana a las intenciones del autor original. Ya la elección del reparto y sobretodo el tratamiento de los personajes nos acerca a la sacudida que provocaron en el Off (y posteriormente en el «On») Broadway, Nina Arianda y Wes Bentley/Hugh Dancy. Las acotaciones para la puesta en escena se han seguido según la voluntad de Ives y al mismo tiempo se ha recreado un ambiente idóneo para que todo suceda según los requerimientos de tan particular material y aprovechando las posibilidades y estructura del espacio donde nos encontramos. La traducción de Neus Bonilla nos acerca un insinuado y preciso authorsplaining jugando muy bien con lo que creemos intuir y saber de hacia donde va la función y que nos mantiene expectantes entre la anticipación y la sorpresa. La situación de denuncia reciente ante los diversos abusos cometidos en instituciones docentes dedicadas a la formación artística quizá puede helarnos la sonrisa en algún momento, pero también es cierto que el trabajo de la traductora visibiliza tanto el uso como el abuso de poder residente en el original y ofrece una adecuada e integrada lectura de género.
BDSM. Raquel Ferri y Rubén de Eguía consiguen dos de sus mejores interpretaciones y desprenden auténticas descargas energía y complicidad como pareja escénica, manteniendo y amplificando la carga lúdica, erótica, intelectual, genérica e ideológica en todo momento y en paralelo. Una confabulación de la que también hacen partícipe al público, aprovechando el estupor imperante y al mismo tiempo la proximidad y calidez de la sala. Resulta imposible no verse interpelado desde un lugar profundo, fantasioso y oscuro. Una empatía morbosa y (ahí el éxito de ambos) reconocible más allá de los personajes. De algún modo, realizan un ejercicio práctico de BDSM explicándolo y al mismo tiempo revocándolo. Una excelente interpretación de la paradoja del masoquismo, que vendría a decir que para ser dominado y tratado física y cruelmente de una manera que satisfaga sus fantasías, el masoquista debe realizar determinadas exigencias de y hacia la persona a quien (aparentemente) se está sometiendo. La pareja magnifica todo lo que es esencial en La Venus de les pells de Ives y, por extensión, de la novela originaria y auto-referencial del término de Leopold von Sacher-Masoch, (materia prima de excepción escrita en 1870). Ambos consiguen contener y desarrollar todas las contradicciones posibles en cada gesto, mirada y movimiento (asesorado por Ana Perez García) hasta lograr deconstruir la dinámica de poder minuciosamente definida del BDSM pero, lejos de divagar entre las minuciosidades propias de esta subcultura, expanden de manera ilimitada su trabajo hacia el exterior hasta conseguir representar con sus personajes el amplísimo abanico de las relaciones humanas, sexuales y/o no. Magnífica labor.
El ritmo de la función viene optimizado también por la adecuación de la puesta en escena. Una recreación de la tormenta manifiesta pero también de la encubierta u oculta, tanto exterior como interior y que los intérpretes transmiten de principio a fin. De este modo, el espacio escénico de Sebastià Brosa y Paula Bosch transforma las posibilidades de la sala y al mismo tiempo la muestra en toda su plenitud, creando la ilusión de que es el único lugar posible donde esto puede suceder: ante nosotros. El juego con las sombras producidas y los relámpagos (de nuevo, explícitos e implícitos) de la fantástica iluminación de Lluís Serra, el no menos conveniente y lógico (con respecto a la propuesta) figurinismo de Míriam Compte y el espacio sonoro de Ricardo González redondean y posibilitan tanto el resultado como el impacto del proyecto.
Finalmente, esta puesta de La venus de les pells no solo es consecuente con y hacia el texto original de Ives sino también (y esto es lo más relevante) hacia las intenciones y connotaciones del entonces y el hoy de la pieza. Un trabajo individual magnífico por parte de cada una de las disciplinas que intervienen y que en este espacio parece integrarse orgánicamente de un modo óptimo. Nuevamente, la traducción de Bonilla consigue una aproximación certera que sitúa y confronta la propuesta con nuestra realidad artística inmediata. Una gran baza que Torlonia aprovecha sabiendo extraer el máximo partido y estableciendo un ritmo entre vertiginoso y contemplativo al mismo tiempo que, y aplicado también a la dirección de intérpretes, consigue que el pulso se salde con dos de las mejores interpretaciones que podremos ver esta temporada.
Crítica realizada por Fernando Solla