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12.02.2021 Críticas  
Transitando por nuestro mundo interior

El Escenari Joan Brossa de Barcelona acoge la puesta en escena del texto ganador del Premi Frederic Roda de Teatre 2020. Con Els ulls de Dalton nos situamos en un terreno extremadamente delicado escrito y dirigido por Iñaki Garz. Una pieza más que sensible que habla de la dificultad de superar y olvidar y escenifica ese mundo interior que no existe fuera de nosotros mismos.

Garz nos explica una historia sobre el paso del tiempo a partir de las decepciones y desilusiones acumuladas. Personajes que de algún modo se ven forzados a recapitular lo vivido hasta el momento en que los conocemos buscando la (propia) redención. Resulta muy interesante la utilización de frases cortas y, al mismo tiempo, cargadas de sentido y significación. Tanto por lo que dicen como por lo que connotan. Testimonios en la noche y a través del hilo telefónico. La indeterminación que poco a poco se tornará en clarividencia. Tanto en sus funciones de autor como de director, la imparcialidad y falta de juicio hacia los personajes resultan un gran acierto. Nos enganchamos e interesamos gracias a este no antagonismo porque los encontramos justo en el momento en el que el trabajo emocional ya está en un terreno avanzado. Madurez en la escritura que comprobamos título tras título y un trabajo introspectivo que nos recuerda muy felizmente a Quan arribi la batalla, pensa en mi, que pudimos ver hace casi quince años y que, en este caso, se traslada al dibujo de los personajes y al trabajo con los intérpretes.

A este respecto, Andrea Portella y Arnau Marín adoptan y asumen el acercamiento confesional de su propio personaje y el de su interlocutor. Una noche perpetua sinónimo de la imposibilidad o gran dificultad de pasar pagina en la que tanto ella como él se sumergen progresiva y emocionalmente de un modo tan hermoso como valiente. Descubriendo y destapando capas tanto para su oyente como para los espectadores sin afectación y con la implicación y carga que cada momento necesita. Un enfrentamiento que no es tanto entre ellos sino contra los fantasmas (propios y compartidos) de un momento fugaz o pasado. Portella consigue que su mirada transmita la intimidad, anticipación y necesidad de su personaje tanto a través de las palabras que dice como de las que escucha. Su mirada se convierte en faro que ilumina esta oscura y finalmente compartida puesta al día o liberación de una persecución que es carga y de alguna manera se ha mimetizado con destino. La actriz consigue que el ciclo de su personaje sea completo y, por tanto, que las intenciones de la pieza sucedan con éxito. A su vez, Marín realiza un recorrido proporcionalmente inverso al de su compañera y certifica que la escucha entre ambos se convierta en una realidad escénica, incluso cuando hay desencuentros en la conversación. Transmite el desencanto vital con asertividad aparente para recorrer su propio itinerario. Un trabajo conjunto que aporta la luminosidad que busca el texto y necesitan los personajes.

La escenografía acierta al no definir o separar con una frontera explícita los dos espacios que ocupa cada protagonista. A medida que conocemos a Leonor y J.R., veremos que el lugar que nos muestran es especialmente el intrínseco. En paralelo, la utilería elegida crea y organiza un mundo propio y en cierto modo recluido que es reflejo del hábitat y modo de vida individual y solitario de ambos. De algún modo se materializa en escena el porqué del momento presente. Una muy buena utilización de las posibilidades del decorado y de las capacidades y disposición de la sala, vestida con la mayor intimidad posible por la iluminación de Jaume Feixas. Esta explicación alegórica recoge y de algún modo avanza lo que más adelante nos explicará el texto y veremos que cada detalle está pensado y elegido con tacto y discreción pero también con mucha puntería y para marcar también la época o momento en que sucede la acción (el teléfono, la grabadora…). Junto con la disposición y movimiento de Portella y Marín pasaremos a compartir y retomar un punto en la vida de ambos aunque físicamente no coincidan más allá del momento y lugar mental que pueda suponer una llamada de teléfono. La presencia escénica de Irene Gellida interpretando los temas en directo refuerza el impacto emocional y de algún modo recapitula el estado anímico recogido hasta entonces en el espectáculo.

Finalmente, Els ulls de Dalton nos sitúa en un terreno doloroso y al mismo tiempo nos ofrece herramientas para transitarlo, siempre a través del desarrollo de personajes y de lo que acontece en escena. La exposición de la situación y el acompañamiento tanto de los protagonistas como de los espectadores se realiza a través de una progresión pinzada, como si de las cuerdas de la guitarra que toca Gellida se tratase. De nuevo, la interpretaciones de Portella y Marín defienden con una adecuación tan persistente como vulnerable e hiperestésica los requerimientos de una pieza que no se asusta ante lo lacerante y desolador y que consigue plasmar y captar la belleza de semejante recorrido interior.

Crítica realizada por Fernando Solla

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