El Teatro de las Letras de Madrid acoge las representaciones de Festum Fatuorum, la fiesta de los locos, de la compañía teatral La Matraca. Daniel Ramos Lorenzo es el autor y director de esta pieza tragicómica y grotesca que desvela, a través de personajes deformes, o más bien bufones, la injusticia e hipocresía en la sociedad española actual.
Aparte de un prólogo y un epílogo, la obra se divide en tres partes, sátiras o actos: el primero sobre el machismo y el abuso a la mujer, el segundo sobre la aceptación ciega de las convenciones y el individualismo y el último sobre la inmigración y los nacionalismos. Se trata de un montaje circular, que sumerge al espectador en el mundo de los bufones, de aquellos personajes extraños, divertidos y sarcásticos, extrañamente ataviados, de aquellos locos que vislumbran la verdad, que nos dicen y muestran lo que el “hombre normal” no sabe o quiere ver o admitir.
Los cinco personajes sin nombre (Goizane Casado, Irene Manso, Daniel Ramos, Nacho Benito y Guillermo Poyatos) se presentan ante el público y, ya desde ese primer encuentro, observamos corporalidades, miradas, perfiles y personalidades diferentes; eso sí, todos ellos parecen querer acercarse al público y, rápidamente, alejarse, asustados y horrorizados, lo que provoca la curiosidad y desconfianza del espectador y una reflexión constante e incómoda sobre sí mismo y sus comportamientos.
Como buen espectáculo bufonesco, son fabulosos los momentos de contraste entre la risa y la seriedad, impulsados por la canción y el baile; debo mencionar las dotes para el canto y la danza de Irene Manso, que crea figuras grotescas y bellísimas, si se me permite el oxímoron. Es especialmente llamativo el uso de la canción infantil como introducción a las problemáticas que se plantean en escena y como residuo de una mentalidad del pasado y su influencia durante la niñez.
A partir del primer episodio, los personajes despliegan una serie de reflexiones sobre la formación y educación del ser humano, las ideas preconcebidas, el miedo al Otro, a la soledad y a pensar por uno mismo frente a la comodidad o inercia de pertenecer a la masa homogénea, a vivir una misma vida, una vida egoísta, codiciosa e insulsa, que atrofia la capacidad del ser humano para amar. Los personajes sienten el horror del mundo, piden sangre que fluya limpia de llagas, asomarse al “vacío infinito” y pensar.
Nada en escena. Los intérpretes lo hacen todo y demuestran sus grandes dotes para la imitación. Tan solo la iluminación conecta nuestra mirada a la de los bufones o permite cambiar de acto. Si bien la obra representa, por lo general, efectiva y equilibradamente las diferentes situaciones, he de señalar la posición sesgada y controvertida en lo que se refiere al planteamiento de los nacionalismos.
Más objetivo es el acercamiento al machismo, la disparidad entre las palabras y acciones de los hombres hacia la mujer, la mirada masculina, la mujer-objeto y la consecuente violencia doméstica. A todo ello, y a modo de nota personal, felicito a la compañía por su labor a la hora de mostrar las varias exigencias, en su mayoría contradictorias y polarizadas, sobre las formas de ser y actuar de la mujer y, en definitiva, sobre la imagen de la mujer perfecta o ideal, al servicio del hombre.
Festum Fatuorum, la fiesta de los locos es una farsa, un montaje centrado en el actor, en las miserias del ser humano y los comportamientos heredados, dañinos; una obra filosófica e incisiva, que conecta con el espectador de principio a fin, que inspira a nadar contracorriente, a respetar al prójimo y, ante todo, a mantener una actitud crítica. Todo un festín teatral que rebosa originalidad y demuestra compromiso y buen hacer, que ofrece un tratamiento dramatúrgico adecuado, un trabajo coral delicioso e impactante y unas interpretaciones excepcionales. Les invito a disfrutarlo.
Crítica realizada por Susana Inés Pérez