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21.10.2019 Críticas  
Qué verde era mi Caserío

Ya había ganas de volver al Teatro de la Zarzuela, y el comienzo de temporada con El Caserío de Jesús Guridi, llega con un mensaje conciliador, de convivencia y respeto por la tradición, para acogernos entre las paredes del liceo en este ambiente festivo y acogedor del norte.

El Caserío nos cuenta unos meses en la vida del caserío Sasibil, propiedad del Tío Santi (Ángel Ódena), que acogió a sus sobrinos Ana Mari (Raquel Lojendio) y José Miguel (Andeka Gorrotxategi), a la vuelta de las Américas, en quienes ve sus herederos, pero no a cualquier precio. Entre partidos de pelota, labranza y planes de futuro, la línea de sucesión del Tio Santi, va tomando claridad, en el idílico entorno del pueblo de Arrigorri.

Esta zarzuela de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw se estrenó en este mismo teatro en 1926, y pese a que algunas voces se han alzado (bajito) en contra de un estreno que apuesta por la continuidad de una zarzuela-zarzuela, sin atisbo de contemporaneidad, que tanto agradará al señorío zarzuelero, he de reconocer que nada de malo tiene una tradición bien llevada, y con tono nostálgico. Que el Tio Santi pida una mujer «limpia, cristiana, y sana» como mujer, y que su sobrina Ana Mari cumpla esos requisitos, apartando lo viridianesco del argumento, debe entenderse en el contexto del 1920, donde fue escrita y está ambientada, porque no todas las abuelas nacieron en la Movida y pueden ser transgresoras y radicales. El Caserío, por marco histórico, sorprende porque es un ejemplo de convivencia del sentimiento nacionalista vasco, con la pertenencia a una patria española, que son dos conceptos totalmente compatibles, sin llevarlos a los extremos, cuyo uso partidista estamos viendo en estos días.

La música de Jesús Guridi, dirigida por Juanjo Mena, suena evocadora y alegre en esta comedia lírica, con correcta dirección de escena de Pablo Viar, y una contundente escenografía de Daniel Bianco, que poco deja a la imaginación de tan detallada y gráfica que es. Brilla todo el segundo acto en el frontón, con las magníficas intervenciones de los dantzaris de la Aukeran Dantza Konpainia, dirigida por Eduardo Muruamendiaraz, que me llevaron al borde de la lágrima con las coreografías del grupo (uno, que tiene el euskosentimiento a flor de piel).

Contrario a lo que suele ocurrir, con El Caserio, todo lo considerado «secundario» es lo que más me cautivó: el humor y el absurdo, de los personajes de Marifé Nogales, Itxaro Mentxaka y Pablo García-López, cuyos Insensia, Eustasia y Txomin, se merecen una zarzuela bufa solo para ellos. Correcto trío principal de Ódena, Lojendio y Gorrotxategi, pero nada arrebatadores en el desempeño, aunque la platea lo agradeciese con bravos y aplausos en sus solos.

El Caserio abre las puertas de la temporada del Teatro de la Zarzuela, esperando que todo lo que nos tienen preparado, tenga un marcado carácter de ambiente, tipo y costumbres tradicionales, pero espero que no abandonen la senda, tan bien labrada, de acercar un público que renueve el abonado y que poco a poco se ha ido acercando a este género, quizás movidos por el ruido de las señoras borroka que se rebelan ante cualquier viso de modernidad en los montajes, como lleva ocurriendo las últimas temporadas. Que vengan a la Zarzuela, ya sea por unas cosas o por otras, pero que vengan.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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