novedades
 SEARCH   
 
 

26.06.2019 Críticas  
Lear embarrado

Otra vez regresé a la Sala Cuarta Pared de Madrid para ver a la compañía Ultramarinos de Lucas. En esta ocasión, asistí a la representación de La sombra de Lear, espectáculo unipersonal dirigido por Jorge Padín basado en El rey Lear de Shakespeare. Juan Berzal es el protagonista y narrador de esta particular versión de la tragedia en voz de varios personajes.

El intérprete nos recibe en escena, en una silla de ruedas; una larga cuerda rodea su cuerpo. Nada más comenzar a hablar, rompe la cuarta pared y se atreve a hablarnos a los espectadores en calidad de actor para revelarnos los secretos y elecciones en lo que se refiere a la escenografía de la obra, entre otros temas. El principio de la representación se convierte así en un monólogo desternillante, sin dejar de lado a Shakespeare, ya que será esa misma silla de ruedas en que se presentó ante nosotros la que invocará el personaje y el espíritu del rey Lear posteriormente. En este sentido, destaca el papel de un palo como elemento identificativo del bufón o “fool”, que, como bien dice Berzal, actúa como personaje-soporte del rey Lear, siempre a su lado, siempre diciendo la verdad.

A través de los objetos, Berzal recrea el mundo de Lear y la conducta de sus personajes: un zapato, una zapatilla, un fular, un guante, un puñal, una cabeza y un brazo de maniquí, entre otros, serán los artefactos de los que se servirá. En muchas ocasiones, alternará su faceta como narrador de la historia para interrumpir momentos o situaciones que adquieren, sobre el escenario y durante la representación, un significado y una solemnidad particulares; este es el caso de varias escenas, en concreto, la muerte de Lear y la lucha entre los hijos del conde de Gloucester.

Por otro lado, la escenografía de Juam Monedero, que Berzal presenta en principio como un cúmulo de caprichos o casualidades, añade al simbolismo y el carácter teatral de la representación, lo cual se demuestra especialmente hacia el final de la función; Lear, tras la celda en que ha sido encerrado y en que muere su hija Cordelia, recita su último discurso atrapado, como metáfora de la muerte y el destino trágico inevitable.

Las intervenciones de Berzal como narrador y la misma escenografía proponen un montaje de corte pedagógico, en que se habla de Shakespeare y la gran importancia del teatro en su época, como lugar de reunión y diversión y también de interacción entre el público y el actor, objetivo claro de este montaje. El actor saca al escenario, con mucho humor, un cartel con los parentescos en la obra para que el público pueda mirarlo en caso de confusión y pueda distinguir las dos tramas y los personajes principales. Atrás, un montón en que irá depositando los objetos que asociamos con los personajes que mueren. “¡Y mueren todos!”, nos adelanta al comienzo de la representación; “¡Y el público de la época lo sabía… y le encantaba saber lo que iba a pasar!”, propone como diferencia fundamental entre nosotros y el público de la época de Shakespeare.

Berzal se permite también ciertas licencias a favor de la dramaturgia de la obra y dice que va a contar la historia como le da la gana: “No vayáis diciendo por ahí que habéis visto El rey Lear”, advierte al comienzo de la función. El actor hace de sí mismo, de histrión, de juglar, de narrador, de performer, en este montaje narrativo de la tragedia de Shakespeare e insiste en el ritmo y el sonido del verso, alternando pasajes en español e inglés y alumbrando los textos que muchos solo concebían sobre el papel.

La sombra de Lear es un montaje preciso y divertido, un despliegue interpretativo impresionante, que evoca el espíritu de Shakespeare y sus personajes, contextualizando toda una época; se trata de un paseo y una reflexión por la vejez, el hambre de poder, la traición y la locura: “Hacer y decir lo que se siente y piensa… ¿a qué llamamos locura?”, dice Berzal sobre el escenario; una tragedia cercana bañada con sangre y barro, mucho barro, que modifica la cara del intérprete, nos transporta al mundo del teatro y, paradójicamente, es máscara. Y es que el teatro es una mentira muy verdadera.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES