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11.08.2016 Críticas  
Técnica impecable, sentimiento moderado

El Ballet de Moscú recupera una de las partituras más conocidas de Tchaikovsky y regresa a las tablas del Teatre Tívoli con un montaje de EL LAGO DE LOS CISNES en el que la técnica de los intérpretes destaca por encina de todo. Sin duda, nos encontramos ante un trabajo que se presenta como emblema del género y, por supuesto, de la compañía.

A partir de la coreografía de Lev Ivanov y Marius Petipa los integrantes del cuerpo de baile saben posicionarse siempre teniendo en cuenta el punto de fuga y la profundidad de campo, especialmente visual. Gracias a ellos, olvidamos que las dimensiones del escenario no son las idóneas para que la evocación exacerbada del romanticismo suceda y esas líneas corpóreas se proyecten más allá de la caja escénica.

La escenografía de Yan Segarra y Anton Skosyrskii juega siempre a favor de los bailarines. Aprovechando el espacio al máximo pero sin escatimar ni un detalle imaginativo ni reducir la plasticidad estética de unos telones traslúcidos francamente hipnóticos. Este recurso delimita a la perfección los espacios en los que se desarrolla la acción, especialmente la diferenciación entre interiores y exteriores.

La iluminación de Tomás Prieto es el aliado imprescindible para que las imágenes fantásticas y románticas se reproduzcan en la imaginación del espectador, aunque también es cierto que en algunos momentos la luminosidad parece sobrepasar en exceso la parte truculenta de la trama, así como el desarrollo del personaje de Odile. Algo más de oscuridad no le vendría nada mal a algunos cuadros dramáticos.

A nivel de compañía, la técnica es evidente. Como no lo es menos la sensación que se desprende de estar asistiendo a una clase de magistral de ballet, antes que contemplando la identificación de unos bailarines con el desarrollo de sus personajes. La constante ruptura de la cuarta pared para saludar y recibir el aplauso del público tras cada serie o intervención de los distintos protagonistas, convierte en algo episódico cualquier atisbo de hilo conductor o continuidad narrativa.

Hay que destacar el poderío de C. Terentiev en su desdoblamiento entre Odette y Odile. Los treinta fouettés de este último personaje resultan técnicamente arrolladores, así como el esfuerzo de la bailarina por interpretar, además de ejecutar la coreografía. Encomiable la labor de A. Ustimov que, como Príncipe Sigfrido sabe que su labor de soporte de la protagonista no está reñida con el talento demostrado durante la función. Aplauso también para el bufón de P. Raykov, que consigue convertirse en una suerte de narrador a través de sus movimientos.

Finalmente, EL LAGO DE LOS CISNES visto en el Tívoli se contempla como un digno ejercicio de perpetuación de un género que, todavía a día de hoy, sigue ganando adeptos entre todas aquellas sensibilidades dispuestas a dejarse sorprender por la belleza de las líneas creadas por los cuerpos en movimiento y en harmonía de esta veterana compañía.

Crítica realizada por Fernando Solla

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