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06.05.2016 Críticas  
¿A qué hora llega tu amante?

Así comienza la comedia erótico-festiva que se hospeda este mes en el Teatro Akademia de Barcelona. Conflictiva y humorística a partes iguales, esta sátira del amor de pareja nos pone en la piel de un matrimonio bienestante con una peculiar, pero amigable, manera de mantenerse felices sin perder la pasión.

EL AMANTE, novela escrita por Harold Pinter y adaptada al teatro por Guido Torlonia, nos habla de los roles de la seducción y de cómo se intenta conseguir la satisfacción en el sexo en un matrimonio aparentemente llano y ordinario. También habla, por supuesto, del matrimonio en sí y de lo que se esconde más allá de la vida cuotidiana en la vida de casados. Como bien explica el propio Guido, la obra se basa en “los juegos de equilibrio de fuerzas entre los personajes”.

La obra comienza cuando el marido, Richard, se dispone a salir de casa para ir a trabajar y le espeta a su mujer Sarah la pregunta que lleva por título esta crítica. Este diálogo nos muestra que esta “infidelidad” es un fenómeno habitual, casi tan duradero como su propio matrimonio, y además es algo mutuo, pues, tras un cordial intercambio de preguntas, descubrimos que el marido también le es infiel a la mujer con una prostituta. Esta primera escena sucede sin más trascendencia, poniéndonos en una situación que, aunque pueda parecer poco ortodoxa para la mayoría de nosotros, sucede con total normalidad y con el avenimiento de ambas partes. Más tarde se descubre cuál es la razón tras este acuerdo sentimental y se desmonta esta narrativa de pasión adúltera para mostrar el verdadero drama: la incapacidad de encontrar el equilibrio entre la pasión y la plenitud en el sexo con la vida estable en pareja.

La temática de EL AMANTE está muy bien cuidada y tiene muchos detalles que muestran el esmero con el Torlonia ha querido presentar esta obra: el escenario, una suntuosa y recargada habitación que parece sacada de una de las antiguas sitcoms de los 90s, contiene todo aquello que nos podemos imaginar para estas situaciones: la coctelera donde se guardan los licores, un columpio dorado para llevar a cabo las acrobacias eróticas más imaginativas… Pero sin duda alguna, el elemento esencial es el bongo que aparece en varias ocasiones y que además pone la música en las transiciones entre escenas. Este instrumento marca el compás de los “momentos íntimos” que ocurren en la obra y sirve como un poderoso símbolo de lo que se esconde tras las paredes de la casa de Richard y Sara.

Por otro lado, y a pesar de que todo el diálogo cobra mucho más sentido una vez se desvela la verdad en las escenas finales de la obra, el texto es un poco tibio en comparación con todos los demás detalles que se tienen en la obra. Si bien Pep Planas maneja su personaje con un porte y con una dicción increíbles y Alícia Gonzalez tiene bien modulada su melosa voz al encarnar a Sarah, sería deseable si el trabajo en el diálogo y en el desarrollo de los personajes fuese tan profundo y tan cuidado como el detalle con las escenas “eróticas” y con el tratamiento en general que se tiene con el espacio y con el lenguaje no verbal. Quizás ese era el objetivo de Torlonia: intentar transmitir en lenguaje corporal el estilo y la brillantez de la escritura de Harold Pinter. Y no cabe discusión en que se hace muy buen trabajo, pero es posible trabajar la obra de manera algo más completa.

Crítica realizada por Rubén Recio

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