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22.04.2016 Críticas  
LUCIÉRNAGAS, mitad luz mitad bicho feo

LUCIÉRNAGAS llega a Barcelona en cuatro únicas funciones. Tras dos años representándose en Madrid, tiene, como el coleóptero, luces y sombras. Siguiendo con el símil, las luces son brillantes y vibrantes mientras que las sombras oscurecen y deslucen el resultado final.

Álex, un chico especial con ligero retraso mental que se lleva por sus instintos más primarios (excelentemente interpretado por un creíble Fede Rey). Él vive en una casa destartalada junto a su hermano Julio (un Jaime Reynolds muy bien cuando está contenido y un poco pasado cuando saca a relucir su rabia interna) del cual depende para casi todo. Perdieron a sus padres en algún momento, no definido, de sus jóvenes vidas, en una época donde las canciones, que tienen mucho que ver con la trama y adelantan acontecimientos futuros o explican pasados, son clásicos como “Moliendo café”, “Gloria”, “Cállate niña no llores más” o “Amor de hombre”. Julio hace a la vez de padre, madre, hermano mayor, superhéroe (según Álex) y protector de un hermano al que quiere y por el que la obligación de su cuidado indirectamente le impide por vivir la vida, y el amor, que quiere vivir.

El tercer personaje de la función es Yiyi (Carmen Gutiérrez, a quién me ha costado mucho pillar el punto por su actitud y voz chulesca. Habría preferido un tono más dulce, me lo habría creído más), que a base de mentiras, su vida es una y muy grande, pretende regentar el nuevo hostal que va a construir (en un pueblo nada turístico) un matrimonio que pese a no hacer acto de presencia en escena tiene una importancia capital en el devenir de sus vidas.

Yiyi llega para quedarse y darle una oportunidad de redención a Julio y de autosuficiencia a Alex. Pero ella no es la única que tiene un secreto, o varios, Julio esconde uno y en lo que parecía un posible e improbable triángulo amoroso tornamos hacia una relación homosexual entre Julio y un chico al cual tuvo que abandonar por hacerse cargo de su hermano; algo que nunca se ha perdonado a sí mismo ni ha sido capaz de perdonar a Alex, el único ser verdaderamente inocente y sincero (y delicioso) de la función. Yiyi les permite una nueva vida a los dos, y a sí misma, cuidará de Alex como una madre y liberará a Julio de sus obligaciones.

La obra es un largo flashback donde Julio llega a su casa (perfecta escenografía, sin paredes pero con marcos de puertas, cocina, baño fuera de campo, habitación y jardín exterior) y narra a los espectadores su historia, una historia divertida y emotiva que termina, de manera un poco atropellada, siendo como la luciérnaga del título, oscura y fea.

Ahí es donde falla la obra, los arranques de furia de Julio hacia su hermano pueden ser justificados y hasta cierto punto comprensibles por la frustración y la desesperación en la que está sumido al tener que vivir la vida de otro y no la suya propia, pero el modo en el que llegan es demasiado drástico y las maneras rudas y, a veces, inexplicables. La huida hacia adelante final es difícil de asumir; no tanto la huida en sí sino la falta de capacidad para recular y acercarse o interesarse en quién tanto le necesitaba.

Cuando volvamos al presente y escuchemos lo último que tiene explicarnos Julio, nuestros ojos estarán llenos de lágrimas, como las de Jaime Reynolds, que no fue capaz de salirse de un personaje tan destrozado por dentro ni en los aplausos finales y terminó por contagiar a sus compañeros de reparto.

En definitiva es una obra que vale la pena ver, aunque los momentos ligeros sean mejores que los dramáticos y pese a su final poco coherente y su epílogo en off.

Crítica realizada por Manel Sánchez

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